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martes, 28 de marzo de 2017

Discriminación laboral por ser obeso

En los últimos tiempos podemos ver en todos los medios de comunicación cómo, gracias a talleres y cursos de formación, las personas con discapacidad tienen más fácil  (o quizá menos difícil) adentrarse en el ámbito laboral. Gracias a este tipo de iniciativas se está comprobando que ciertas discapacidades no son una barrera para desempeñar un amplio abanico de labores. Por ello es más común ver a una persona con Síndrome de Donw atendiendo en la cafetería o a otra ejerciendo trabajos administrativos desde su silla de ruedas. Tanto el Estado como las empresas se muestran activos en la causa, los unos intentando un lavado de imagen efectivo y los otros, llenando las arcas de sus imperios, ya que por todos es sabido que la gran mayoría de empresas cobran incentivos estatales por tener a personas con discapacidad en su plantilla. Sea como fuere, lo importante es que el objetivo se consigue y los discapacitados que antes se ahogaban en el aburrimiento y la apatía que les producía su situación, ahora salen a la calle y demuestran su valía con pasión y arrojo.
Pero vayamos al grano; ¿qué ocurre cuando no existe un certificado de discapacidad que avale tu dolencia? ¿Qué pasa con las personas que físicamente no son agraciadas? Concretando: ¿Por qué las personas obesas lo tenemos tan difícil para encontrar trabajo? Ojo, no confundamos la obesidad con el sobrepeso. La obesidad es una enfermedad crónica grave cuya cura, en el 80% de los casos, se encuentra en un quirófano.
Aunque podría escribir este artículo basándome únicamente en mis experiencias personales, no he querido quedarme solo ahí. A través de foros y grupos de Facebook, he contactado con varias personas obesas que, generosamente, me han contado sus experiencias personales. Solo os pido que durante los minutos que tardéis en leer este artículo os pongáis en la piel de cada uno de sus protagonistas y después me comentéis qué sensaciones os ha generado.
Deciros que algunos nombres son ficticios a fin de preservar la identidad del sujeto y que estas experiencias son solo un ejemplo. He llegado a contactar con más de treinta personas cuyas historias son similares. Vamos al lío.
Silvia, 29 años, licenciada en turismo, en paro.
«Cuando terminé la carrera no me fue nada difícil encontrar trabajo. La misma agencia de viajes en la que hice las prácticas me contrató de forma indefinida desde el principio. Después de seis años trabajando con ellos, en los cuales cogí más de cuarenta kilos debido a un quiste en la glándula tiroidea, la empresa echa el cierre no sin antes preocuparse de colocar a todos los trabajadores en varias filiales de la misma marca. Solo tendríamos que pasar una pequeña entrevista con los nuevos jefes y seguiríamos teniendo trabajo. Llegué a la entrevista nerviosa pero confiada, mi currículum era brillante y mis anteriores jefes aportaron muy buenas referencias. Me senté frente a esa mujer que me examinó de arriba abajo según entré por la puerta y comenzamos. Tras las típicas preguntas de rigor que respondí sin ningún problema me dijo: ¿Crees que físicamente eres la persona adecuada para trabajar cara al público? Aunque la pregunta me hizo trizas y le hubiese contestado de mala manera, respondí que tanto física como personalmente estaba totalmente capacitada. Fui la única persona que no fue contratada.»
Julio, 33 años, informático, en paro.
«Tras decenas de entrevistas fallidas conseguí entrar en una empresa de telefonía por recomendación de un familiar. Mes de prueba con posterior contrato fin de obra. Cuando el primer día de trabajo me dijeron cuál sería mi sitio, comprobé que la silla en la que debía sentarme era demasiado pequeña.  Aguanté un par de horas sin rechistar pero supe que mis espalda no aguantaría mucho más en esa incómoda posición (me senté en el filo de la silla pues los brazos del asiento eran muy estrechos y no cabía). Con más vergüenza que otra cosa me dirigí a mi superior y se lo comenté, no a modo de queja, simplemente le dije si me podían facilitar otro asiento en el que poder trabajar algo más cómodo. Me dijo que lo miraría pero terminó la jornada laboral y no obtuve respuesta. Al día siguiente me estaban esperando a primera hora para darme el “no supera el periodo de prueba”.»
Paqui, 36 años, camarera de pisos, en paro.
«Nunca me ha faltado el trabajo. Desde que cumplí 16 años comencé a trabajar en la limpieza de hoteles. Hasta que tuve mi primer hijo. En el embarazo cogí 28 kilos que no he sido capaz de perder, al revés, mi metabolismo cambió y desde entonces he subido mucho más de peso. Cuando regresé de la baja por maternidad con todos esos kilos de más me llamaron la atención. Incluso me ofrecieron tratamiento a través de la mutua laboral pero no obtuve los resultados deseados. Siete meses después cumplió mi contrato y no me renovaron. Cuando pedí explicaciones me dijeron que habían tomado esa decisión al ver mi falta de compromiso con la empresa. Aunque la realidad, obviamente, era otra.»
Ana Mª 25 años, busca trabajo.
«Hice una entrevista para un conocido supermercado. Todo pareció ir bien hasta que, vía correo electrónico me pidieron mi talla para el uniforme. Les respondí con los datos que me solicitaba y no volví a saber nada de ellos. Les escribí en varias ocasiones pero creo que se los tragó la tierra.»
Resumiendo. Una persona obesa no puede trabajar cara al público por aquello de la buena presencia. Tampoco en una oficina cuyas sillas tengan reposabrazos o en una empresa que requiera llevar uniforme si su talla supera la 48 o si el jefe considera que, aún pudiéndose poner el uniforme como en el caso de Paqui, debe adelgazar para no enturbiar la imagen de la empresa. ¿Qué trabajos quedan que no sean cara al público, en oficinas o con uniforme? ¿Cambiaría la cosa si el Estado subvencionase a las empresas por contratar a personas con un certificado de discapacidad por obesidad?
Habrá quien al leer esto siga sin comprender el problema. Hay mucho desinformado que considera que la obesidad es una opción y no una enfermedad. Como persona que lleva 20 años siendo obesa he escuchado de todo; desde que estoy gorda porque me harto de comer y no adelgazo porque no me da la gana, hasta culpar a mis padres por no haberle puesto freno en su día. Señores, la obesidad es una enfermedad, a ver si nos enteramos de una vez. Igual que el diabético, el alérgico o el reumático, no puede dejar de serlo cuando le dé la gana, el obeso tampoco.
He pasado por decenas de médicos, probado multitud de tratamientos, dietas y rutinas. Pero soy obesa, enferma crónica, y lo único que he conseguido es alargar mi enfermedad en el tiempo hasta que un endocrino llegó a la determinación de que lo mío solo se resolvía con cirugía. La obesidad, señores, no es una broma. Por culpa de la obesidad incontrolada padezco hipotiroidismo, acantosis nigricans, hirsutismo, resistencia a lainsulina, síndrome de ovario poliquístico, ciática, lumbalgia, ansiedad ydepresión. Y no. A nosotros no nos dan una paga por enfermedad porque para la sociedad y el Estado no somos enfermos. Simplemente estamos gordos. Y tenemos que salir a la calle a buscar trabajo hasta las cejas de corticoides por el dolor de espalda, hacer cientos de entrevistas sabiendo que cuando salgamos por la puerta nuestro currículum estará en la basura, caminar como si no pasara nada a sabiendas de los cuchicheos e insultos de la gente. A mí me llegaron a grabar con el móvil en la piscina. Pero no me puedo quejar. Soy gorda porque quiero y la solución está en mi mano. Prefiero pasar las 24h del día comiendo antes de vivir y sentirme como una persona normal. A mí me encantan mis dolencias y todos los males me compensan si se trata de hincharme a bollos. ¿Estamos locos? ¿De verdad creéis que me voy a someter a un bypass gástrico por placer?

Me remonto al comienzo de este artículo para alegrarme de los avances, las oportunidades y los logros de todas aquellas personas cuya vida ha sido una carrera de obstáculos. Pero la vida de la gente con obesidad no es mucho más fácil, y mientras se nos siga viendo como meros gordos y se nos siga tratando como personas dejadas, vagas e irresponsables, seguiremos viviendo en esta sociedad de mierda que nosotros mismos hemos construido.

martes, 22 de marzo de 2016

Nuestras eternas vacaciones

Sonó el despertador y decidí quedarme en la cama un ratito más. Siempre lo pongo antes para poder remolonear un poco. Apenas pasado un minuto mi mujer me dio un par de golpecitos con el codo; «Levanta, perezoso, que vas a llegar tarde», se inclinó sobre mí, me besó suavemente los labios y volvió a acurrucarse en su lado de la cama.
Con la taza de café en la mano me asomé a la ventana; otro día oscuro y lluvioso me esperaba al otro lado del cristal. Recordé el frío que pasé el día anterior en el trabajo, apuré el café y cambié el jersey que llevaba por otro más gordo. Sin darme cuenta se me había echado el tiempo encima. Me asomé a la habitación de los niños para comprobar que dormían plácidamente y me marché.
El atasco era tremendo. Los días de lluvia son insoportables al volante. Los incidentes aumentan, la velocidad de los vehículos disminuye y los embotellamientos se multiplican. Todas las emisoras de radio hablaban sobre el estado de las carreteras. Tendría que armarme de paciencia. Encendí un pitillo, abrí una pizca la ventanilla y me dediqué a exhalar bocanadas de humo. Comenzó a sonar en la radio All of me, de John Legend, y no puede evitar acordarme del día que encontré a mi mujer llorando mientras escuchaba esa canción. Me acerqué a ella por detrás, la rodeé con mis brazos y le pregunté el porqué de sus lágrimas. Me explicó que la letra era maravillosa y la melodía evocadora, que le recordaba a nosotros. «Escucha», me dijo. Era cierto, la canción era preciosa, tanto, que desde ese día se convirtió en nuestra banda sonora. Los dos permanecimos inmóviles, escuchando la canción en silencio como dos quinceañeros enamorados.
 Apuré la última calada del cigarrillo y cerré la ventanilla. El frío era cortante. Con los últimos acordes, la carretera comenzó a despejarse y en poco más de veinte minutos llegué al aeropuerto tarareando aún la melodía. Corrí al vestuario, me cambié de ropa y salí a pista; el primer avión de mi turno estaba a punto de aterrizar y vendría cargado de maletas necesitadas de mi presencia para bajar del aparato.
No sé si fue el beso que mi mujer me dio unas horas antes, la placidez con la que vi que dormían mis pequeños, la canción que escuché en el coche o una mezcla de todo, pero las primeras horas de la jornada se me pasaron volando entre pensamientos y recuerdos junto a mi familia. Pensé en lo guapa que estaba el día de nuestra boda; se la veía tan feliz… Yo también lo estaba, me casaba con la mujer de mi vida, pero lo que me hizo sentir realmente afortunado ese día fue su sonrisa. Pensar que yo podía provocar ese sentimiento en alguien, sentir que me necesitaba, que quería compartir su vida conmigo, me hizo la persona más feliz en la faz de la tierra. Muestra de aquello vinieron nuestros dos hijos, Damián y Javier. Eso sí que era una bendición. Algo bueno tenía que haber hecho en la vida para tener una familia tan bonita. Me arrepentí de trabajar tanto. Tantas horas fuera de casa me impedían disfrutar de ellos como me gustaría. De hecho, nunca estuve presente en los momento importantes para mis niños, como las actuaciones de fin de curso o cada vez que se les caía un diente. No sabía si sería realmente consuelo para ellos, pero estaban encantados con mi promesa de viajar a Disney este verano. Lástima que para ello tuviera que seguir trabajando sin descanso.

Las once en punto. Hora del almuerzo. Terminé de cargar las últimas maletas de ese vuelo y me dirigí a la cafetería; estaba hambriento. La camarera, vieja amiga después de tantos años, me preguntó si quería lo de siempre y me hizo una seña para que me sentara. Ella me lo traería. Mientras esperaba mi desayuno me dediqué a observar por la ventana que daba a la zona de desembarque. Como todos los días, vi preciosos reencuentros y dolorosas despedidas. Me hubiera gustado conocer las razones de aquellas partidas, seguro que tras ellas existían historias sorprendentes. Observé a un niño negándose entre lágrimas a soltarse del cuello de su padre. «No llores, pequeño, regresará pronto y te traerá un regalo precioso», dije para mí. Ipso facto, escuché una inmensa detonación seguida de un fuerte pitido en los oídos que me hizo retorcer de dolor. Una luz blanca me dejó sin visión y ahí terminó todo.
En tantas ocasiones vi por televisión esos terribles atentados terroristas, millones de veces pensé en qué era lo que realmente movía a esos desalmados a cobrarse vidas inocentes de aquella manera, pues estaba convencido que no seguían las órdenes de ningún Dios, sentía pena por las víctimas, por sus familias, mil porqués me poblaban la mente… Y ahora…

Ahora no veo más allá de las lágrimas y el desconsuelo de mi mujer y mis hijos. Sufro pensando en cómo harán para salir adelante y olvidar el dolor que les parte alma.  Sufro por mí. Porque jamás volveré a sentir los suaves labios de Sara más allá de mi memoria, porque no podré arropar a mis hijos antes de dormir, porque había perdido toda oportunidad de acompañarles en las fiestas de fin de curso y porque, inevitablemente, un sentimiento de odio se había instalado para siempre en sus corazones. Sí. Desde hoy vivirán con odio. Odio hacia los criminales que mataron a su padre y dejaron a su madre hundida en la más absoluta de las tristezas. Y lo peor de todo es que esto volverá a pasar y tendrán que revivirlo una vez, y otra, y otra… Solo me queda intentar guiar sus pasos y esperarles en algún lugar para que podamos disfrutar de nuestras soñadas vacaciones eternamente.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Nos vemos en consulta

Entró al bar y pidió un café solo con dos azucarillos. Se sentó en la mesa de siempre, a esa hora era fácil encontrar su rincón vacio. Dio un primer sorbo para sentir el amargor del líquido ardiendo en su plena esencia; de este modo, una vez lo endulzara, sentiría con más potencia el sabor del caramelo. Dio nueve vueltas con la cucharilla y la sacudió tres veces en el borde de la taza antes de chuparla y dejarla sobre una servilleta de papel.  Se bebió el café en cuatro sorbos, ni uno más ni uno menos. Carraspeó un par de veces, dejó unas monedas sobre la mesa y se marchó. Llegó a casa con las próximas horas planificadas en su cabeza; Lo primero que haría sería apuntar en su libreta todo lo sucedido en la cita de la consulta psiquiátrica; desde el momento en el que la vio sentada al otro lado de la mesa, hasta el gesto de placidez que vio en su cara cuando se despidieron. Llevaba meses reuniéndose con ella. ¡Bendita adicción a la bebida! Gracias a ella se conocieron y comenzaron a reunirse mensualmente. Él sintió un auténtico flechazo cuando entró a la consulta y la vio por primera vez. Supo que ella sería su tabla de salvación y, si nada lo impedía, acabaría siendo su compañera de vida. Cierto es que las reuniones eran meramente profesionales, pero en cada una de ellas confirmaba que aquella mujer estaba destinada para él. Abrió su libreta y comenzó a escribir:

«A las 16:30h he entrado en consulta. Ella me esperaba sentada en su lado de la mesa. No quiero ilusionarme, pero he notado una especie de ansia en su mirada. Algo así como un profundo deseo por volver a verme. Nos hemos saludado cortésmente, aunque hoy he aprovechado el apretón de manos para acariciar su suave piel sutilmente, evitando que ella lo notase. Tomado asiento, hemos comenzado la distendida charla. Hemos hablado de los beneficios de una vida sin alcohol y he podido ver en su cara la satisfacción por los avances logrados. No he visto anillos ni señas que la identifiquen como casada. Lo sabía. Está predestinada para mí. Sé que ella no da el paso porque debemos mostrarnos profesionales cada uno en nuestro puesto de paciente -medico, y soy consciente que una consulta psiquiátrica no debe ser a su entender el lugar más adecuado para encontrar a la persona idónea, pero sé que está esperando que yo me lance. Noto que me desea. La adicción está prácticamente aplacada y sé que no son necesarias las visitas mensuales, podría haber propuesto extenderlas en el tiempo y no lo ha hecho. Se nota que necesita verme. Han sido muchas las sesiones que han hecho que nos conozcamos poco a poco. Como yo, sé que desearía que empezásemos a vernos fuera de la consulta pero ella jamás hará esa propuesta. La próxima vez la invitaré a cenar. Su actitud me lo pide a gritos y yo no aguanto más».

Cerró el cuaderno y se dirigió al cuarto de baño. Sus instintos más primitivos le instaron a darse un baño de agua caliente y aromas. Necesitaba pensar en ella, imaginarse perdido entre sus piernas en aquella bañera y dar rienda suelta a su imaginación. Cumplido el desahogo y enjuagado todo su cuerpo, enroscó una toalla en su cintura y se dirigió al mueble bar. Con la botella de whisky en una mano y un vaso con dos cubos de hielo en la otra, se sentó en el sillón que destinaba a la lectura. Llenó el vaso, lo puso al trasluz para admirar el brillo del líquido transparente y vio algo que hizo que la botella que sostenía en la otra mano estallara contra el suelo derramando por la alfombra todo el líquido que contenía; los cubos de hielo se habían transformado en los ojos de su amada, que lo miraba con reprobación y enfado. Se levantó sin dejar de mirar el vaso, emitiendo pequeños gemidos a modo de disculpa y, haciendo crujir los cristales desparramados por el suelo, se dirigió a la cocina y arrojó el líquido por el desagüe. ¿Cómo podía haber hecho eso? Corrió hasta su cuaderno, tenía que anotar lo que acababa de suceder:

«¿Cómo he podido ser tan estúpido? He estado a punto de decepcionarla, de conseguir que se aleje de mí para siempre. ¿Qué hubiera pensado al verme? Seguramente sentiría que no la tomo en serio, que nuestras charlas no me interesan y que la estoy desafiando. Tengo que llamarla. No puedo esperar al mes que viene para verla. Necesito que hablemos, contarle lo sucedido y que me perdone. Si quiero comenzar una relación con ella debo ser sincero. Algún día vivirá bajo este techo y será testigo de mis vicios y manías. Debe estar preparada».

Cerró el cuaderno, introduciendo el bolígrafo entre sus anillas. No quería que ella notase sus nervios a través de la línea telefónica, así que se preparó una tila con dos azucarillos. Dio un primer sorbo para sentir el amargor del líquido antes de endulzarlo. Tras nueve vueltas con la cucharilla dentro de la taza y tres sacudidas en su borde, la dejó sobre una servilleta de papel. Se tomó la tila en cuatro sorbos, ni uno más ni uno menos.
Buscó el teléfono de la mujer en la agenda y, tras un par de carraspeos, se dispuso a llamar. Un tono, dos…

―¿Sí? ―La voz más angelical que había escuchado nunca le respondió al otro lado.
―¿Sofía? Soy Germán, tu…
―Hola, Germán, sé quién eres. ¿Qué sucede? ―Preguntó intrigada.
―Necesito verte. Bueno, sé que nos hemos visto esta tarde pero hay algo que no te he contado que creo que deberías saber.
―¿Tan urgente es que no puedes esperar a la próxima sesión?
―Lo es.
―Está bien… ―Respondió dudosa y algo preocupada―. ¿Mañana a la misma hora en la consulta te parece bien?
―Preferiría en otro lugar, donde me digas, pero que sea más informal.
―Ya… Bueno, yo prefiero la consulta si no te importa. ―La mujer se empezó a inquietar.
―Perfecto, pues allí nos veremos. Gracias y disculpa que te haya importunado. Hasta mañana.
―Adiós.

El hombre se dejó caer en el sillón y programó la alarma de su móvil para que le avisase de cada hora que pasaba hasta que llegase su cita. Contar el tiempo que le quedaba para verla se había convertido en una constante en su vida.

Después de una noche de sobresaltos a consecuencia de los avisos de su teléfono, se levantó del sillón y se dirigió a su habitación. Sus prendas le esperaban ordenadas por tejidos y colores dentro del armario. Eligió las ropas más apropiadas y se marchó en busca de un precioso ramo de flores. Planeó en su cabeza el discurso, no quería que nada se quedase en el tintero, estaba convencido que en unas horas comenzaría su nueva vida junto a ella. No quería soltar una perorata sino un argumento perfecto. A falta de una hora para la cita, paró en el bar a comer algo. Pidió un sándwich mixto y un refresco y se sentó en la mesa de siempre. Dio cuatro mordiscos al bocadillo y cuatro tragos al refresco y, tras carraspear un par de veces, dejó unas monedas en la mesa y se marchó.

Cuando llegó a la consulta, que ese día cerraba por descanso, ella le esperaba en la puerta. Tras un cordial saludo, pasaron a la sala. Ella se extrañó al ver las flores, pero no dijo nada, prefería que el hombre le contara lo que sucedía.

―Siento haberte hecho venir, pero es importante.
―Imagino que debe serlo, hoy la consulta está cerrada.
―Sí, lo siento. Verás… ―Carraspeó―. Creo que ha llegado la hora de dejar de disimular de ser nosotros mismos. ―Dijo, dejando el ramo de flores sobre la mesa con un gesto que indicaba que eran para ella.
―No te entiendo, Germán ―empezaba a mostrarse asustada.
―Te quiero y sé que me quieres. Son muchos meses viéndonos, yo lo noto y tú lo notas. Los dos somos adultos, libres. No tenemos por qué conformarnos con las charlas dentro de esta consulta. Emprendamos una vida juntos, disimular más es inútil.

Sofía, que permanecía de pie, se dirigió a la puerta. El pánico se reflejaba en su cara. Él bloqueó la salida y trató de besarla. Muerta de miedo, se escabulló y le pidió por favor que la dejase marchar.

―¿Me vas a negar que no sientes lo mismo? ―Dijo él con los ojos llenos de agua.
―¡Por favor! ¡Para nada! ―gritó, angustiada.
―Entonces… ¿Por qué seguimos viéndonos? Sabes que la adicción está controlada y que, de momento, las sesiones no son necesarias. Lo haces para verme. No te resistas a lo nuestro. ¡Es inútil!
―Vengo porque sigues citándome. ¡Eres mi psiquiatra!


Huyó despavorida. Ahora era ella quien necesitaba una visita urgente al bar.

martes, 8 de marzo de 2016

No entre nosotras

Terminó de subir la escalera y sintió que no le llegaba el aire a los pulmones. El miedo atroz que le provocaban los ascensores se había convertido en el mejor de sus ejercicios, aunque en esta ocasión los tacones no se lo pusieron fácil.
            Llegó pronto intencionadamente, pretendía preparar un guión para no quedarse en blanco cuando tuviera delante a su jefa. Era la cuarta vez que optaba a promocionar en su trabajo y no podía permitirse volver a perder la oportunidad; ser la reportera multiusos de la agencia, sin horarios ni voluntad propia, dejó de tener gracia hacía mucho tiempo.
            Comenzó a dibujar en su mente la estampa con la que estaba a punto de encontrarse; su jefa la estará esperando sentada en el sofá del despacho, con un pitillo entre los dedos y la mirada fija en la puerta. No la invitará a sentarse, ni siquiera saludará, simplemente la observará en silencio, con gesto apático y escuchará con desgana el relato de su empleada, hasta que sienta que ya ha tenido bastante y la emplace a regresar el año que viene cuando esté más preparada.
            Laura estaba nerviosa, no por la reunión, sino por volver a enfrentarse cara a cara con esa mujer tan fría. El único contacto que doña Olvido tenía con sus empleados era ese; entrevistarse con las personas propuestas por el departamento de recursos humanos para el ascenso y decidir en el acto si les era concedido o no, basándose en las impresiones del momento, sin revisar el currículum o entrevistar a la persona. Según ella, su intuición era el motor del éxito de la empresa.
—Buenos días, doña Olvido, soy Laura Ribas, periodista del departamento de sucesos.
El gesto de su dirigente, alzando levemente las cejas y ladeando la cabeza, le indicó que el saludo no iba a ser correspondido.
—Bien… Este es el cuarto año consecutivo que me reúno con usted para la promoción de departamentos. Considero que tras varios años preparándome para el puesto, he alcanzado los conocimientos y la experiencia necesarios para desempeñar labores de más envergadura y responsablilidad. Ya sabe, doña Olvido, que mi trabajo me apasiona, y un ascenso sería una motivación tan grande para mí… Además, si me permite, —dijo sacándose un papel doblado del bolsillo de su chaqueta— traigo un desglose de mi actividad laboral en el último año, tanto individual como en equipo, en la que se demuestra que ha sido el periodo más productivo del departamento desde que me encargo de ello, y…
Doña Olvido, quien parecía completamente ausente, interrumpió con un carraspeo.
—Querida… ¿en serio van a ser esos tus argumentos? ¿Un papelucho con cuatro notas? Vamos a ser claras, no tengo mucho tiempo y este asunto debe quedar zanjado hoy mismo. Mírate.
            —¿Qué debo mirar? —preguntó Laura con cara de asombro.
            —A ti. No debes medir más de un metro sesenta, tienes los kilos mal repartidos y voz de pito. Jamás podrías mirar a un directivo a los ojos ni pelear con los tiburones que inundan el mercado. A mí no me interesa tu pasado laboral, mientras cumplas con los objetivos marcados, eres un número más en mi plantilla, cuando dejes de hacerlo serás uno menos. Pero ahora hablamos de cosas serias. Lo que se está ofertando es un puesto de responsabilidad en el que tu mayor arma tendría que ser tu presencia. Querida, verte entrar por la puerta me inspira muchas sensaciones, pero ninguna de ellas es agradable.
            —Doña Olvido, perdone que le diga, pero no creo que mi aspecto sea relevante —dijo intentando que su voz de pito no lo pareciera tanto.
            —¿No? Mira, te voy a ser clara. Dices que este es el cuarto año que optas a la promoción, ¿verdad? Bien… —hizo un silencio que aprovechó para levantase y caminar con parsimonia hacia su empleada—. ¿Conoces a las personas que acabaron promocionando años atrás? —Laura, algo intimidada por la cercana presencia de su jefa asintió con la cabeza—. ¿Qué tienen todos en común? Yo te respondo; son hombres imponentes con una excelente percha. Intimidantes, autoritarios y capaces de comerse de un solo bocado a veinte mujeres como tú. En serio, querida, no creo que estés tan mal en tu actual puesto de trabajo. Según están las cosas deberías estar agradecida por tener un empleo.
Imagen extraída del corto, Una mujer frente al espejo, de Yoshimichi Tamura
            —Entiendo. —Laura notó cómo comenzaba a arder su cuello a la vez que sus puños se cerraban con fuerza. —Creo que debo marcharme, pero esta vez no me quedaré con ganas de decirle algo. Como ya sabe, trabajo en el departamento de sucesos. Cubro informaciones de todo tipo; desde accidentes de tráfico hasta reyertas, peleas callejeras y asesinatos. He estado en todas las ciudades en las que, en lo que va de año, nueve mujeres han perdido la vida a manos de hombres autoritarios y sin escrúpulos, de esos que le gustan a usted. He tenido la serenidad y la sangre fría de cubrir esos sucesos, aunque la rabia me estuviera comiendo por dentro, para realizar un trabajo impecable que deje en buen lugar a la agencia que usted, mujer, representa. Y no lo haré más. Sé que no le será difícil encontrar a alguien que ocupe mi puesto. No me marcho porque quiera vengarme o como consecuencia de una rabieta, me voy porque me apiado de usted, me da mucha pena. Hasta que las mujeres no nos respetemos y valoremos entre nosotras, no conseguiremos erradicar esta lacra machista que nos rodea, tanto en la calle como en despachos como este. Aunque claro, quizá a usted no le interese que acabemos con esta mierda, pues es lo que llena de contenidos su asqueroso departamento de sucesos.


            Cerró la puerta del despacho tras de sí con un sonoro golpe, se quitó esos tacones tan incómodos que tanto la feminizaban y corrió hacia el ascensor que estaba a punto de cerrarse. Entró en el cubículo, se miró al espejo y sonrió al ver la fuerza que desprendía su mirada. Después de lo que acababa de suceder, su miedo a los ascensores era una anécdota. Supo que a partir de ese momento se atrevería con todo y contra todos.

martes, 1 de marzo de 2016

Una mujer

Una mujer bonita es aquella que no necesita tacones para sentirse grande, aunque los use para verse más femenina, es esa que usa el lápiz negro para dibujar sus sueños sin importarle que se gaste y no le alcance para pintarse la raya del ojo, la que se sujeta el pelo en una cola cuando le incomoda, a pesar de saber que luce más guapa con el pelo suelto.
Es aquella que se reconoce ante el espejo y no necesita hacerse quinientas fotografías hasta verse guapa en una de ellas y subirla a las redes sociales, la que acepta los piropos sin falsa modestia, la que sonríe y llora solo cuando le apetece. Es aquella que, aun sabiendo que las calorías aterran a sus semejantes, se chupa los dedos cada vez que come chocolate y no se castiga por ello.

Una mujer linda es la que no tiene reparos en salir a la calle sin maquillar, la que prefiere pasar dos horas de charla con amigos, o sola con un libro entre las manos, antes que hacerlo delante del espejo intentando ocultar todas sus imperfecciones. La que peina canas con orgullo, no disfraza su mirada y acepta como algo natural que los años le traigan celulitis, patas de gallo o centímetros de más en sus caderas.

Una mujer guapa antepone las emociones a las impresiones, lo sensato a lo banal, el descanso a la imagen, y aunque le gusta verse bonita, sabe organizar su lista de prioridades para que la parte estética nunca le robe tiempo a la emocional.

Una mujer feliz es la que se valora a sí misma sin necesitar que nadie alabe sus virtudes, esa que siempre elegirá la comodidad y rechazará el encorsetamiento. Es aquella que, cuando tenga que mostrarse desnuda ante otra persona, lo hará sin miedo ni vergüenza, pues siempre se habrá presentado como es sin crear falsas expectativas.

Una mujer segura pisa firme cuando va descalza, no titubea si se muestra al natural y decide arreglarse por satisfacción personal. Siempre sonreirá lleve o no los labios rojos y no se verá obligada a cruzar las piernas cada vez que tome asiento.

Una gran mujer es aquella que comprende que auténtico y artificial son antónimos implacables, que la espontaneidad no se estudia y las sonrisas siempre son bellas aunque los dientes no sean perfectos. 

martes, 22 de diciembre de 2015

Amigos de las letras, Feliz Navidad

     Me dejo caer poco por estos lares, a la vista está cómo ha descendido mi historial de interacciones blogueras. Conservo muchos amigos que conocí por estas páginas y mantengo todo el contacto que puedo con ellos. Otros se fueron quedando por el camino, seguramente por aquello de "si no me lees y me comentas, yo tampoco lo haré". Pero creedme si os digo que es mucho mejor así. Ahora sé que quien está es porque quiere estar. No tengo edad, ganas, ni tiempo para mantener relaciones por interés de ningún tipo. Aunque sea poco, quiero que todo lo que me rodee sea real.

     Una de las cosas que me propongo para la nueva etapa que está por llegar es prestar más atención a este rincón que desde hace tiempo tengo bastante abandonado. De sobra sabéis que estáis más que invitados a acurrucaros entre letras junto a mí, con el aroma de un buen café y la melodía de todas las letras que están por escribir. Siempre os esperaré con los brazos abiertos. Lo cumpliré, prometo poner todo mi empeño, ya que este año paso de plantearme eso de dietas, gimnasios y dejar de fumar porque sería mentirme. Concentraré mi esfuerzo en las letras y las buenas historias.

     Os deseo a todos unas felices fiestas, que disfrutéis de vuestra familia y amigos y añoréis en su justa medida y siempre con una sonrisa a los que no están. Sed felices y amad a las letras. Los libros siempre son la salvación.

lunes, 23 de febrero de 2015

Autoaceptación


     Hay una etapa obligatoria que todo ser humano debe pasar, al menos, una vez en la vida; la autoaceptación. Se trata de esa fase en la que tras haber renegado de ti mismo y todo lo que te rodea, terminas cediendo al empeño de tus piernas por ser ellas las que te transporten, independientemente de la manera en que luzcan, a pesar de la celulitis o esa eterna blancura de quirófano. Sí, no son unas piernas nada atractivas, pero me traen y me llevan. Son mis piernas. Pues como con esto, con todo. 

     Lástima que algunas personas dilaten en el tiempo esta etapa. Todos sabemos, aunque a veces queremos ignorarlo, que la no aceptación de uno mismo no es más que un engaño a tu persona, una farsa, un vivir en un mundo ajeno y descuidar el tuyo propio. 
Es por ello que la gran mayoría de personas que sufren depresión, ansiedad, o patologías similares, suelen tener la no aceptación como factor común.

No he realizado ningún estudio ni soy licenciada en salud mental. Hablo desde la experiencia de una persona que lleva diez años padeciendo ansiedad y fobias.

     Aquí donde veis a una persona tan extrovertida y dicharachera, hay un micro universo de miedos e inseguridades dignos de una novela con tintes paranormales. Lo bueno del caso, es que haciendo lectura de todo lo vivido me doy cuenta de lo mucho que he avanzado. He aprendido que la ansiedad es una patología más, como la diabetes o la hipertensión.  Ni estoy mal de la cabeza ni se me va la olla, simplemente estoy enferma. Una vez aceptado esto, tengo dos caminos; o trabajar para hacer mi día a día más fácil, o lamentarme eternamente perdiendo las miles de oportunidades que me ofrece la vida. A pesar de haber optado por el segundo camino durante mucho tiempo, supe bifurcar mis pasos hacia la senda correcta e ir acercándome, poco a poco, a lo que considero mi felicidad.



     Cierto es que no soy perfecta, al contrario, parezco salida de un cuadro de Botero, pero puedo asegurar que no hay nada más gratificante que ser consciente de ello y seguir haciéndome a mí misma. He pasado de mirarme al espejo por la mañana y sentir angustia a sonreír cuando veo la cara y los pelos con los que me levanto.

     Pero lo más importante, lo que da sentido a cada vida, lo esencial, lo divino, es dejarse querer por la gente que forma parte de tu entorno. Por aquellos que han sufrido tus caídas y tus excesos como propios, los que siempre te acompañan a pesar de tu empeño por sentirte solo, aquellos que, sin que lo sepas, lloran por ti y luchan por sacarte adelante. ¿No son razones suficientes como para dejarse de tonterías?

     Para terminar, quiero decir que soy partidaria de que cada quién busque la felicidad de la manera que crea oportuno. Si no estás contento con lo que tienes y quieres cambiarlo, adelante. Pero recuerda. Hay cosas que no se pueden cambiar, solo esconder o disfrazar. En ese caso, ¿por qué no pruebas a aceptarlas?


sábado, 3 de enero de 2015

Basta ya

     Pedirle cosas al año nuevo es como plantar una pata de jamón y esperar a que crezca.
Tenemos que despertar, ponernos en movimiento y hacerlo ya. Cada día que pasa es una oportunidad perdida para cambiar un poquito el mundo, el sistema. Pero solo se conseguirá si lo hacemos en juntos.

     Ayer participé en una conversación que me exasperó excesivamente. Alguien decía: ¿Para qué voy a votar si no creo en la política? Y es cierto, todos estamos muy desilusionados con la panda de mamarrachos que nos gobierna, pero precisamente para eso, para acabar con ellos y con su verborrea vomitiva, debemos desbancarlos del poder y alzar el puño en alto. No soy seguidora de ningún partido político y, tras varios intentos de comprender sus campañas electorales sigo si hacerlo. Podría resumirlo en una frase, No sé lo que quiero. Pero lo que sí sé es lo que no quiero.

     No quiero más desahucios ni más compatriotas quitándose la vida por temor a un futuro incierto.
     No quiero más banco al poder con sus préstamos hipotecarios y sus preferentes.
     No quiero pagar con mis impuestos los viajes ni los regalitos de los corruptos.
     No quiero más listas de espera en los comedores sociales y albergues.
     No quiero tener que echar una moneda a alguien que está tirado en la calle, ni pasar por encima de personas que duermen entre cartones cuando voy a sacar dinero al cajero.
     No quiero que los jóvenes de este país, la generación más preparada de las últimas décadas, tengan que emigrar para labrarse un futuro.
     No quiero representantes políticos hechos a sí mismos, quiero gente preparada y formada para ello.
     No quiero penas de cárcel irrisorias para quienes atentaron contra la vida de los ciudadanos dignos de mi país.
     No quiero ver a personas mayores buscando en los contenedores de los supermercados.
     No quiero más fronteras dibujadas con armas manchadas de sangre.
     No quiero que los niños se vayan a la cama con el estómago vacío ni que sus madres lloren desesperadas culpándose de la situación precaria en la que viven.
     Podría seguir, eternamente…

     Todo esto es lo que está sucediendo en mi país, aquel que de niña me dibujaron glorioso y hoy es apenas un excremento de lo que quisieron hacer de él.
     Yo no tengo las soluciones, ojalá, pero aquellos que se jactan de tenerlas deberían actuar, y hacerlo ya.

     Echemos a nuestros gobernantes, que se sientan avergonzados, que sufran en sus carnes la frustración y la impotencia que nosotros sufrimos. Y que los que vengan detrás, aquellos que dicen tener soluciones para todo, sientan nuestro aliento tras su nuca, noten la presión y la desesperación de nuestro país y actúen en consecuencia. Sin piedad, sin oportunidades, sin margen de error. Que lo hagan ya. O, definitivamente, España se irá a la mierda. 

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Vender a diestro y siniestro. ¿El fin justifica los medios?

Soy autora, tengo una obra a la venta en Amazon y varias guardadas esperando el momento oportuno para sacarlas a la luz. ¿Por qué no publico en estos momentos? Pues porque la situación actual entre los autoeditados no es normal, y me explico.

Claro que todos tenemos derecho a escribir, publicar y vender, ¡faltaría más! pues la generosidad de los lectores nos permite estar ahí. Pero antes que escritora soy lectora, siempre lo he dicho y así quiero que se me reconozca.
En mi día a día convivo con un libro entre las manos, no concibo la vida sin enriquecerme y llenarme de las historias, esas fantásticas fábulas y mentiras, que salen de la pluma de gente a la que admiro.

Pero la vorágine en la que estamos inmersos actualmente me impide lanzarme al mar, pues sé que acabaré perdida entre las olas. ¿Por qué? Pues porque no valgo para poner zancadillas, menospreciar el trabajo de los demás ni hacer sombra a nadie. Y mucho menos bombardear al personal con mis constantes súplicas. Mis técnicas de promoción no van más allá de escribir publicaciones en las redes sociales para hacerme visible y poco más. «Pues utiliza otras», pensaréis. Creedme que bien podría hacerlo, como Community Manager herramientas no me faltan, y me avala mi trabajo y las campañas de promoción que he realizado para otros autores; pero sé hasta dónde puede llegar un libro de relatos y no pienso tensar la cuerda. Me niego a escribir a mis contactos, uno por uno, un privado pidiendo que me lean. Si son mis amigos en Facebook, entiendo que ven mis publicaciones y doy por hecho que ellos decidirán si quieren leer mi obra o pasan de largo. Pero bajo ningún concepto los voy a comprometer por el hecho de que seamos amigos, esto no les obliga.

Estoy hablando con total conocimiento de causa. Soy bloguera desde hace muchos años y como lectora he recibido ofertas de todo tipo; y las voy a contar.
Estas ofertas van desde las proposiciones editoriales tipo «yo te regalo libros a cambio de que los reseñes y promociones», lo cual es super atractivo para los lectores asiduos pues la economía no está para tirar cohetes, hasta un autor que, de forma privada y discreta te regala su obra a cambio de lo mismo. Por supuesto, son técnicas de marketing válidas. Ambas partes salen ganando, no hacen daño a nadie y todos contentos. Aunque bien es cierto que una reseña coaccionada no garantiza nada al lector, no obstante, para eso estamos el resto de los mortales, que no nos chupamos el dedo. ¿Cuántas veces habéis leído un libro que os ha parecido una soberana patraña y los bloggers de moda lo ponen por las nubes?

También he leído libros para pagar deudas. Por la razón que sea. O bien porque es un autor que todas las mañanas me da los buenos días por Facebook o porque te ve maravillosamente divina en todas las fotos que publicas; la técnica del peloteo. Esta sí que me molesta, por ahí ya no paso. Claro que para recoger hay que sembrar, pero ¿no sería más honesto sembrar con esfuerzo y trabajo, y demostrando lo que vales como escritor en vez de untando vaselina? No sé, por poner algún ejemplo: cuidando tus publicaciones en las redes sociales (me refiero a evitar las faltas de ortografía y las expresiones sacadas de la manga), regalando algún relato o escrito a tus lectores para que vean de qué pasta estas hecho o simplemente viviendo y dejando vivir, otorgando a los lectores el derecho a decidir si leerte o no.

Por culpa de los amiguismos, los trueques y los contratos amistosoverbales que se firman con blogueros y lectores, tengo mi libro electrónico lleno de naderías. Novelas sin sustancia, cuyo proceso de creación es más que dudoso. Como editora, puedo afirmar que no se acercan a los mínimos requeridos para que la obra sea publicable. Porque no tienen filtro, no conocen la diferencia entre errata y falta de ortografía, no cuidan el maquetado y lo que la historia narra, que al final es lo que importa, aburre a un campo de lechugas.

Hace poco me encontré estas tres barbaridades en el mismo capítulo de una novela que prometía gloria, (ojo, está entre las veinte primeras del top 100 de Amazon): «le heché un ojo, por encima…», «sobretodo y antetodo, fui yo mismo» y la que se llevó la palma y me hizo dejar de leer en el mimo instante, «estaba comvencido de que se trataba de ella». Esto sin hablar de las rayas que preceden a las conversaciones o la ausencia de tildes en palabras esdrújulas.
Pero claro, la autora es tan adorable que se lo perdonamos todo. Pues no, no y no. Todos los libros, incluso los que llevan decenas de ediciones, poseen alguna errata, y como equivocarse es humano, todos lo entendemos y lo pasamos por alto. Pero de la errata al error, a la falta de conocimiento y de cuidado, va un paso muy largo.

Me gustaría saber vuestra opinión, de verdad, porque es un tema tan triste… y se está haciendo la vista gorda de una forma tan sibilina, que creo que le estamos perdiendo el respeto a la literatura de una forma peligrosa. Me gustaría que fuésemos conscientes de que la «era digital» está generando que los libros se publiquen de forma masiva, y no nos damos cuenta de que la calidad literaria está disminuyendo a pasos agigantados. Estos tiempos que estamos viviendo serán recodados en un futuro, de aquí está surgiendo una inmensa cantera de autores que serán los que representen a la literatura española en los próximos años… ¿Os gustaría que nos identificaran como la generación “todovalecontaldepublicar”? Somos lectores, consumidores de un producto por el que pagamos, aunque sea un precio simbólico, y nos merecemos que se nos dé un buen servicio. ¡Por menos he visto a la gente devolver un vaquero en la tienda! Somos capaces de montar un pollo en un establecimiento porque el tallaje no se corresponde con las medidas de la CE, y no decimos ni pio cuando nos ensucian las neuronas con libros insípidos. ¡Por favor!

 
Insisto, todos tenemos derecho a escribir y publicar lo que nos dé la real gana, pero a los lectores no hay que tomarlos por tontos. Si tú no pones el cuidado necesario antes de publicar, acepta que artículos como este te piquen. Luego, ya te rascarás.


¿Creéis que el fin justifica los medios? ¿Pensáis que a una novela de un euro se le debe perdonar todo? Repito, estamos hablando de literatura.

miércoles, 11 de junio de 2014

A corazón abierto

Algo de lo que estoy muy orgullosa es de que nunca he tenido miedo a expresar mis sentimientos. Quizá suelo tardar en hacerlo y en ocasiones no lo hago en el momento oportuno, pero siempre dejo que se expresen, que formen parte de mi entorno como si fueran ajenos a mí, me gusta verlos de frente, analizar mi sensación ante ellos y la reacción que provocan en los demás. Pero aunque juegue con ellos como si tuvieran vida propia, soy muy celosa, los protejo de forma obsesiva, son míos, solo míos.


Analizando este hecho podría parecer que tengo pleno control sobre ellos; nada más lejos de la realidad. Soy pésima gestionando mis sentimientos. Esta es la razón por la cual soy tan inestable, vulnerable y sensible. Cuando mi corazón habla me suelo quedar sorda y puedo asegurar que es una de las peores cosas que te puede pasar cuando vives en un mundo como este.

Ahora que he decidido exponer mi trabajo de forma pública a la crítica de todo aquel que quiera opinar sobre él, me doy cuenta de lo mucho que tengo que aprender. La primera lección es básica; ver, oír y callar, algo realmente complicado para mí.
Las personas que nos movemos por impulsos sentimentales, pensando poco y sintiendo mucho, llegamos incluso a enfermar cuando guardamos tantas cosas dentro, de esas que quieres -o necesitas- decir y no puedes porque te perjudicarían directa o indirectamente o porque harían daño a terceros que no tienen culpa de que tengas las entrañas revueltas.

En fin, señores, de nuevo, esta servidora que perdía la fuerza por la boca, otorga, sin ninguna maldad, vaya por delante. Creo que lo único que me pasa es que debo terminar de adaptarme al medio en el que pretendo pasar el resto de mis días, pues a pesar de estar embarrado de roña y tinta barata, es el paraíso de cualquier mente inquieta que sueña con mostrar sus historias al mundo.


martes, 20 de mayo de 2014

Me hacéis muy feliz ¡¡¡GRACIAS!!!


Creo que la mejor forma de explicar lo que siento es con imágenes. Así que allá vamos.































A todos ellos, uno a uno, sin excepción: GRACIAS

Si ver mi libro en papel ya fue un sueño, verlo en vuestras manos supera los límites de lo imaginable. Vuestro apoyo, vuestros comentarios y vuestras caras hacen que mi ilusión y amor por este oficio crezcan por segundos. Me reafirmáis, me dais cuerda e ilumináis mis despertares. 
Por supuesto, no quiero olvidarme de mis lectores kindle, pues no me puedo quejar del número de descargar que Lágrimas de tequila está teniendo en amazon. Mis palabras van dirigidas a todos.

Solo espero llegar a los rinconcitos que aun no he llegado; que precisamente son mis amigos blogueros, aquellos a los que, aunque ellos no los sepan porque no han leído el libro, dedico la última página. Así es la vida, a veces las cosas no salen como uno imagina.

Besos a repartir, se os quiere.

jueves, 8 de mayo de 2014

Las artes del escritor multiusos


Promociones, ofertas, novedades, libros gratis, bajada de precios, nuevos títulos, portadas de infarto...
Todo vale cuando se trata de vender y posicionar nuestra obra. Hacerla visible es tan complicado como encontrar una aguja en un pajar. En ocasiones pienso que existen más escritores que lectores y creo no equivocarme. Necesitamos ser vistos; las redes sociales son un escaparate inmejorable para aquellos que, como yo, no tienen recursos económicos para financiarse una campaña publicitaria en condiciones y tampoco disponen del respaldo de una editorial que hagan este trabajo por ellos. Incluso, muchos autores fichados por editoriales, no disfrutan de estos placeres, algo que no alcanza a mis entendederas, pues si la editorial, que es la dueña y señora de la obra, no promociona y distribuye su material para venderlo, ¿cómo pretende beneficiarse de ello? Pues a costa del trabajo del escritor, que hará todo lo que esté en su mano para que sus obras, a pesar de no ser ya de su propiedad, lleguen al máximo número de lectores posible. 
Pero las redes sociales son un arma de doble filo, pues el uso abusivo o inadecuado de las mismas puede jugar en nuestra contra. Sabiendo esto, la gran mayoría, decidimos asumir el riesgo.

Sin necesidad de pactar nada de antemano, los escritores nos aunamos y ayudamos unos a otros; nos leemos mutuamente, damos a conocer a nuestros lectores las obras de los demás y, si el título lo merece, lo recomendamos vehementemente. ¿O no? Al menos, así debería ser.

Pues resulta que, ingenua de mí, descubro que, en algunos casos, esto no es necesario; es decir, veo que la camaradería es tal, que todo vale. Es como ligar: Me mira, le miro, me sonríe, le sonrío, me guiña un ojo, me pongo colorada...
Vamos, que si tú me pinchas un "me gusta" yo te lo devuelvo y ¡hemos conectado! Entonces tú me promocionas y yo te promociono, independientemente de la calidad de nuestras obras. ¡Pá qué!
Y yo en ese juego, queridos míos, no voy a entrar.

No, porque mis años como crítica reseñadora no me permiten recomendar una novela que no he leído, por muy colegas que seamos. Y si la he leído y no me ha gustado, mucho menos. Creo que por encima de todo, debemos un respeto a los lectores. Si en su día una persona confió en ti, leyó tu obra y le gustó, es más que probable que para futuras lecturas se deje llevar por tu criterio. Y si tú, para ganar un puñado de nuevos lectores, le recomiendas una novela que ni siquiera has leído y esta resulta ser un fiasco, perderás credibilidad como crítico y, lo que es aún peor, como escritor.

Creo que debemos ser honestos y si nos consideramos compañeros de verdad, comencemos por ser lectores. Y lo digo con todo el cariño del mundo porque no se trata solo de la promoción, que será bienvenida, sino de lo mucho que podemos aprender los unos de los otros para mejorar en lo nuestro, que es escribir. Gracias a esto he descubierto a auténticos maestros en este arte; personas que hacen magia con las letras, verdaderos prodigios del lenguaje y la palabra y, de la misma forma, estoy aprendiendo mucho de lo que no se debe hacer.

Voy a poner varios ejemplos que, bajo mi opinión, son beneficiosos y perjudiciales:

Es muy bueno:
-Ser agradecido con tus lectores y dedicarles tiempo. A veces, tiempo es precisamente lo que necesitamos, pero si se busca, se encuentra.
-Hacer buenas recomendaciones literarias.
-Regalar de vez en cuando textos ilustrados de tu autoría. Somos escritores, escribir unas líneas y acompañarlas de una imagen no nos cuesta nada.
-Mostrarse optimista. Las penas y las malas noticias nos rodean, no seamos nosotros también los agoreros. Somos creadores de historias, de sueños. Si tenemos un mal día es mejor estar calladitos.
-Visitar otros muros o blogs y opinar sobre lo que ves. A todo el mundo le gusta sentirse acompañado.

Es horrible:
-El "yoismo". Hablar siempre sobre uno mismo aburre y cansa al personal de una manera brutal.
-La obsesión por alcanzar los primeros puestos en las listas de ventas. Es algo que todos anhelamos, pero está feo que se note.
-Las pataletas ante una crítica negativa. El lector no tiene porque estar equivocado si un libro no le gusta y, mucho menos, estar aburrido o ser tonto por haberse molestado en escribir su opinión sobre el libro. Si la crítica es ofensiva, estaríamos hablando de otra cosa, entendedme.
-Reivindicar el lugar que mereces como escritor. Deja que eso lo hagan otros por ti. Los escritores no somos líderes, nos debemos a los lectores. No pretendamos que nadie nos siga como un rebaño de ovejas, es absurdo.
-Contar tus miserias. Dar pena no es la forma más acertada de generar audiencia. En nuestra industria, no.

Aunque últimamente leo reseñas de ciertos libros que me dejan fumando en pipa, sigo confiando en el criterio de los lectores, aunque bien es cierto que es muy fácil dejarse llevar por las modas y lo que se lleva hoy en día se aleja bastante de lo que la literatura española está acostumbrada a firmar.

No quiero dármelas de lista con este post, simplemente he utilizado la lógica y mis conocimientos de marketing para analizar la situación que estamos viviendo actualmente y los caminos que creo son los adecuados y los incorrectos. A partir de aquí, cada uno seguiremos usando nuestras armas para promocionarnos y ser leídos, trataremos de despuntar por una razón u otra y, si somos honestos, recomendaremos a otros autores con conocimiento de causa pero, ¡ojo!, en esta jungla, todo vale, y no todos pensarán como yo.

Y ahora quiero aprovechar para dejaros, de forma voluntaria y porque me da la gana, una lista de libros escritos por autores contemporáneos que no os decepcionarán. Están enlazados a amazon para que podáis leer los comentario de los lectores y acceder a la compra si así lo deseáis.

Un abrazo.


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