Me encuentro en el Korsakoff apurando los últimos tragos de mi refresco mientras observo que un grupo de mujeres me miran y cuchichean entre ellas. Creo que mi indumentaria no debe ser la apropiada, o quizá estén destripándome por estar sola en un bar. Mi cita se retrasa. Intuyo que quiere hacerse la interesante, pues sabe de mis ansias por entrevistarme con ella y la admiración que le profeso. Fuera hace frío. Es por ello que el vaho de la cristalera me impide ver si se aproxima por alguna de las calles aledañas. Los minutos pasan y la espera se me hace eterna. Además, los cuchicheos comienzan a angustiarme. Justo cuando doy el último trago a mi copa con intención de abandonar presta ese ostentoso lugar, el tintineo de la puerta me obliga de forma involuntaria a girar la cabeza con el deseo de reconocerla. Y ahí está. Viene con un abrigo de piel negro y un sombrero encajado hasta las cejas. Antes de siquiera cruzar saludos, el camarero se acerca para ayudarle a quitarse el abrigo y retirarle la silla. Diría que es un gesto muy cortés si a mí no me hubiese ignorado cuando llegué hasta el punto de tener que acercarme yo misma a la barra para pedir mi consumición. Siempre hubo clases, pensé. Se sienta frente a mí y, tras encenderse un pitillo y pedir al sirviente un Vodka ucraniano, la gran Barbara L. Shackleton se lanza:
B: Aquí me tienes, querida. Dispara.
C: Buenas tardes Señorita Shackleton, espero no haberla importunado con mi insistencia, pero como sabe, somos muchos los lectores que tras conocer su historia nos quedamos con ganas de saber más de usted. Entiendo que al aceptar la propuesta, consciente que le haga una serie de preguntas que quizá no sean del todo de su agrado. De sobra sabe que me inquieta. Intuyo que detrás de Barbara L. Shackleton, mucho más allá de Rita Amber, existe una niña capaz de justificar (o no) su comportamiento. Hábleme de su infancia; familia, amigos, etapa escolar…
B: Querida mía... deberás disculparme porque no conozco a ninguna señora Amber... Hablas de justificar mi comportamiento cuando es la vida la que debiera justificarse. Hay personas que se adaptan al mundo: son la mayoría, y lo hacen para sobrevivir; otras, adaptan el mundo a sus necesidades... y lo hacen para transformarlo. ¿Hay mayor justificación que la de mover adecuadamente las fichas en el tablero? En cuanto a mi infancia no encuentro nada sobresaliente en ella, fui como cualquier chica de Chicago, cuyo padre era arquitecto y su madre redactora de una revista de modas... la dejan huérfana con diez años. ¡Un accidente de tráfico, querida! Estudié en los mejores colegios de Illinois y mis primeros escritos se publicaron en los periódicos de secundaria. ¡Mi profesora insistía en que debía publicarlos!
Conté con los amigos necesarios en cada etapa. Verás... querida, los auténticos amigos son escalones... una vez que has conseguido subirlos, cambias de amigos que te aporten nuevos escalones. Es fácil. Y muy necesario. Aunque no me avergüenza decir que era muy popular y respetada.
C: ¿Recuerda a su primer amor? ¿Cuándo y qué sucedió?
B: Jajaja... No... Me resultaría imposible porque... bueno, de mí se enamoraban en grupos, llegué a corresponder a tres chicos distintos y a los tres les decía que eran el único. Eran un poco bobos, pero ellos me dieron los primeros besos y con ellos me fumé el primer cigarrillo.
Se muestra distante. Me hace sentir inferior solo con su mirada. Pido un nuevo refresco para aclarar mi garganta y tragarme el nerviosismo. Continúo:
C: ¿Quién es la persona a la que más ha odiado y por qué?
B: Odio a poca gente... El odio es un sentimiento, prefiero que me resulten indiferentes. Pero si algo odio, o a alguien... ¡sí!, a esos escritores que se creen con pluma de oro y en realidad usan un palito untado con yesón de paloma. ¿Quieres un ejemplo? Stephan Wells...
C: ¿ Y a la que más ha amado?
B: ¿A la que más he amado? Me ocurre igual que con el odio... prefiero la indiferencia, pero reconozco que tuve una buena amiga... quien me presentó a una fantasma que se cortaba el pelo como un muchacho, llamada... Ya no lo recuerdo, querida; deberías leerte mis novelas.
Se hace un silencio. Claro que sé de quién habla, pero no insistiré. Tras estas confidencias se muestras intranquila, actitud que me hace verla mucho más vulnerable. Prende otro pitillo que encasqueta en su larga boquilla y con un gesto pide al camarero que rellene su copa. No sé si será bueno seguir en esta línea sentimental. Trato de cambiar de tercio para que no se sienta violenta.
C: En los momentos previos a vencerte al sueño, ¿cuáles suelen ser sus últimos pensamientos?
B: Siempre escucho una botella de champán al descorcharse. Y música, relajante, una canción de Peg La Centra... Bailo... en un gran salón, todos me miran, doy vueltas, hay luces y luego me duermo.
C: ¿Recuerda lo que sueña? Y de ser así, ¿cuáles son sus sueños más recurrentes?
B: No suelo prestar atención a los sueños. Estoy muy ocupada, querida. Si acaso caballos blanquinegros... Sí, cabalgando en un caballo blanquinegro por la orilla del mar... Y a veces con montañas de mi próxima novela, montañas grandes como las pirámides... Bueno, una vez soñé que era la protagonista de una ópera... Pero, en definitiva, los sueños no son importantes. Cuando me miro al espejo sé que esa no soy yo, sólo es un reflejo. Yo soy quien se mira al espejo, no la imagen reflejada. ¿Puedes pedirme otro vodka, por favor? Pues ocurre igual, yo soy la que despierta, la que sueña, no lo soñado.
Me apresuro a pedir su consumición, haré lo que me pida mientras siga respondiendo a mis preguntas. El momento que estoy viviendo es impagable.
C: Señorita Shackleton, descríbame cómo es para usted la vida perfecta y el mundo ideal.
B: Conservar la belleza, el talento y mi mansión cerca del mar. El mundo ideal es una masa de lectores ansiosos por leer mi próxima novela, pero alejados de la entrada de mi casa. Escribo para ellos, pero no los quiero aquí. Son vulgares. Si fueran interesantes serían escritores, ¿no? Pero son simples lectores, ese sería el mundo ideal.
Creo que se muestra molesta por no haber entrado aún en temas literarios. Ella es la gran Barbara L. Shackleton, y una simple lectora, lejos de dorarle la píldora y alabar su trabajo, se está metiendo en temas personales. Vuelvo a cambiar de tema radicalmente.
C: Aparte de la gran novela que todos conocemos, ¿de qué historia ya escrita le hubiera gustado ser autora?
B: De las Mil y Una Noches... Aunque yo hubiese ampliado un millar de noches más, y Scherezade habría sido decapitada finalmente.
C: ¿Qué hubiera hecho para conseguirlo?
B: Supongo que engatusar al Califa. Es muy sencillo. Los califas no suelen tener talento.
C: ¿Cree que es suficientemente buena para conseguir el éxito por tus propios medios?
B: No sé qué pretendes decirme, querida. ¿Vender varios millones de libros no te parece suficiente? ¿Mis propios medios, dices? Jajaja... ¿Acaso piensas que tengo una varita mágica? Los lectores me quieren, me adoran. Dame cualquier panfleto, por malo y ridículo que resulte... si yo lo firmo ellos lo comprarán. Quieren ver mi nombre: Barbara Shackleton... Prefieren el envoltorio al bombón. ¿Seguro que eres periodista?
Me disculpo por si se ha sentido ofendida. Me agarro a la excusa de estar haciendo mi trabajo. Asiente con desgana y, con un gesto de cabeza, me invita a que continúe:
C: ¿Sobre qué personaje, influyente o no, le gustaría escribir?
B: Supongo que escribir la vida secreta del Presidente de los Estados Unidos...
C: ¿Se arrepiente de algo?
B: ¿Por qué habría de arrepentirme?
Aunque podría indagar mucho más, creo que esa respuesta lo dice todo. No finge ser fría, lo es. Continúo como si tal cosa. Aunque podría estar horas impregnándome de su misterio, lo mejor será acabar la entrevista cuanto antes.
C: Literariamente hablando, ¿cómo sería el asesinato perfecto?
B: Convencer a tu enemigo para que se quite la vida.
C: ¿Y la muerte perfecta?
B: La muerte perfecta es no morir y permanecer hermosa. Esa es una duradera, muy duradera, manera de morir, ¿no crees, preciosa? ¿Tú escribes novelas? ¿No? Tal vez deberías intentarlo.
Alimento su ego haciéndole saber que a su lado no soy nadie. A partir de aquí la conversación se torna intrascendente. Se toma el tercer vodka. Enciende su cigarrillo encasquetado en su larga boquilla y me suelta el humo a la cara. Ahora es ella quien me pregunta, añadiendo de nuevo seriedad a la charla:
B:¿Seguro que no escribes novelas? Deberías intentarlo. Necesito una chica, una secretaria que no sea perezosa. Dime cuánto ganas haciendo estas entrevistas y yo te pagaré el doble. Ya sabes dónde resido.
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Muchísimas gracias, Rafael, por acceder a participar en otra de mis tantas locuras.
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