martes, 22 de marzo de 2016

Nuestras eternas vacaciones

Sonó el despertador y decidí quedarme en la cama un ratito más. Siempre lo pongo antes para poder remolonear un poco. Apenas pasado un minuto mi mujer me dio un par de golpecitos con el codo; «Levanta, perezoso, que vas a llegar tarde», se inclinó sobre mí, me besó suavemente los labios y volvió a acurrucarse en su lado de la cama.
Con la taza de café en la mano me asomé a la ventana; otro día oscuro y lluvioso me esperaba al otro lado del cristal. Recordé el frío que pasé el día anterior en el trabajo, apuré el café y cambié el jersey que llevaba por otro más gordo. Sin darme cuenta se me había echado el tiempo encima. Me asomé a la habitación de los niños para comprobar que dormían plácidamente y me marché.
El atasco era tremendo. Los días de lluvia son insoportables al volante. Los incidentes aumentan, la velocidad de los vehículos disminuye y los embotellamientos se multiplican. Todas las emisoras de radio hablaban sobre el estado de las carreteras. Tendría que armarme de paciencia. Encendí un pitillo, abrí una pizca la ventanilla y me dediqué a exhalar bocanadas de humo. Comenzó a sonar en la radio All of me, de John Legend, y no puede evitar acordarme del día que encontré a mi mujer llorando mientras escuchaba esa canción. Me acerqué a ella por detrás, la rodeé con mis brazos y le pregunté el porqué de sus lágrimas. Me explicó que la letra era maravillosa y la melodía evocadora, que le recordaba a nosotros. «Escucha», me dijo. Era cierto, la canción era preciosa, tanto, que desde ese día se convirtió en nuestra banda sonora. Los dos permanecimos inmóviles, escuchando la canción en silencio como dos quinceañeros enamorados.
 Apuré la última calada del cigarrillo y cerré la ventanilla. El frío era cortante. Con los últimos acordes, la carretera comenzó a despejarse y en poco más de veinte minutos llegué al aeropuerto tarareando aún la melodía. Corrí al vestuario, me cambié de ropa y salí a pista; el primer avión de mi turno estaba a punto de aterrizar y vendría cargado de maletas necesitadas de mi presencia para bajar del aparato.
No sé si fue el beso que mi mujer me dio unas horas antes, la placidez con la que vi que dormían mis pequeños, la canción que escuché en el coche o una mezcla de todo, pero las primeras horas de la jornada se me pasaron volando entre pensamientos y recuerdos junto a mi familia. Pensé en lo guapa que estaba el día de nuestra boda; se la veía tan feliz… Yo también lo estaba, me casaba con la mujer de mi vida, pero lo que me hizo sentir realmente afortunado ese día fue su sonrisa. Pensar que yo podía provocar ese sentimiento en alguien, sentir que me necesitaba, que quería compartir su vida conmigo, me hizo la persona más feliz en la faz de la tierra. Muestra de aquello vinieron nuestros dos hijos, Damián y Javier. Eso sí que era una bendición. Algo bueno tenía que haber hecho en la vida para tener una familia tan bonita. Me arrepentí de trabajar tanto. Tantas horas fuera de casa me impedían disfrutar de ellos como me gustaría. De hecho, nunca estuve presente en los momento importantes para mis niños, como las actuaciones de fin de curso o cada vez que se les caía un diente. No sabía si sería realmente consuelo para ellos, pero estaban encantados con mi promesa de viajar a Disney este verano. Lástima que para ello tuviera que seguir trabajando sin descanso.

Las once en punto. Hora del almuerzo. Terminé de cargar las últimas maletas de ese vuelo y me dirigí a la cafetería; estaba hambriento. La camarera, vieja amiga después de tantos años, me preguntó si quería lo de siempre y me hizo una seña para que me sentara. Ella me lo traería. Mientras esperaba mi desayuno me dediqué a observar por la ventana que daba a la zona de desembarque. Como todos los días, vi preciosos reencuentros y dolorosas despedidas. Me hubiera gustado conocer las razones de aquellas partidas, seguro que tras ellas existían historias sorprendentes. Observé a un niño negándose entre lágrimas a soltarse del cuello de su padre. «No llores, pequeño, regresará pronto y te traerá un regalo precioso», dije para mí. Ipso facto, escuché una inmensa detonación seguida de un fuerte pitido en los oídos que me hizo retorcer de dolor. Una luz blanca me dejó sin visión y ahí terminó todo.
En tantas ocasiones vi por televisión esos terribles atentados terroristas, millones de veces pensé en qué era lo que realmente movía a esos desalmados a cobrarse vidas inocentes de aquella manera, pues estaba convencido que no seguían las órdenes de ningún Dios, sentía pena por las víctimas, por sus familias, mil porqués me poblaban la mente… Y ahora…

Ahora no veo más allá de las lágrimas y el desconsuelo de mi mujer y mis hijos. Sufro pensando en cómo harán para salir adelante y olvidar el dolor que les parte alma.  Sufro por mí. Porque jamás volveré a sentir los suaves labios de Sara más allá de mi memoria, porque no podré arropar a mis hijos antes de dormir, porque había perdido toda oportunidad de acompañarles en las fiestas de fin de curso y porque, inevitablemente, un sentimiento de odio se había instalado para siempre en sus corazones. Sí. Desde hoy vivirán con odio. Odio hacia los criminales que mataron a su padre y dejaron a su madre hundida en la más absoluta de las tristezas. Y lo peor de todo es que esto volverá a pasar y tendrán que revivirlo una vez, y otra, y otra… Solo me queda intentar guiar sus pasos y esperarles en algún lugar para que podamos disfrutar de nuestras soñadas vacaciones eternamente.

13 comentarios:

  1. Muy sentido. Me has hecho llorar. Has captado perfectamente el dolor, el instante.... Gracias

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  2. Jo Cita, despues de la barbaridad de día que llevamos, me ha dado mucha pena. Es muy fácil que esto le haya pasado hoy a alguien. La vida se puede romper en cualquier momento pero no somos conscientes. Gracias guapa. Un beso

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    1. Gracias a ti, tesoro. Hoy muchas vidas se han truncado, a saber las historias que había tras ellas.

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  3. Tema muy delicado y muy bien ilado. Felicidades cita.

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  4. No hay nada más impresionante que la sencillez contando historias, y tú dominas ese arte.

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    1. No soy la única, lo tuyo tampoco es moco de pavo.
      Un abrazote, amiguita!

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  5. No tengo palabras, Cita. Ayer, después de no sé cuántos días, puse la televisión por aquello de ver para creer. ¡Es todo tan espantoso e inútil! No puedo evitar un rechazo visceral hacia aquellos que provocan tanto sufrimiento a personas que no tuvieron siquiera la oportunidad de tenerlos ante sí para defenderse. Es horrible... Y ahora tu posto... Joé, me emociono.

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    1. Y lo peor es que volverá a ocurrir quién sabe dónde y cuándo, pero pasará.
      Gracias por pasarte, amiga

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  6. Son días grises aunque brille el sol; yo no puedo ni quiero justificar actos injustificables. Mas de 30 civiles muertos en nombre de Ala, mas de 30 civiles muertos por culpa de unos cobardes y retrógrados asesinos. Estoy triste y me siento rara, a la vez tengo asco y ¿ por que no decirlo ? un poco de miedo. Buen relato Cita, así de simple, reflejando como una vida normal se puede ir a la......por culpa de unos fanáticos.

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    1. Pues sí, ayer, más allá de las razones que mueven a esos desalmados a cometer esos crímenes, lo que me inquietaba era la cantidad de vidas truncadas a cuenta de esa salvajada, las familias destrozadas... En fin, lo de siempre cuando estos seres despreciables asesinan.

      Gracias por pasarte

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Gracias por tus comentarios y opiniones, para todos tendré respuesta.