En los últimos tiempos podemos ver en
todos los medios de comunicación cómo, gracias a talleres y cursos de
formación, las personas con discapacidad tienen más fácil (o quizá menos difícil) adentrarse en el
ámbito laboral. Gracias a este tipo de iniciativas se está comprobando que
ciertas discapacidades no son una barrera para desempeñar un amplio abanico de
labores. Por ello es más común ver a una persona con Síndrome de Donw
atendiendo en la cafetería o a otra ejerciendo trabajos administrativos desde
su silla de ruedas. Tanto el Estado como las empresas se muestran activos en la
causa, los unos intentando un lavado de imagen efectivo y los otros, llenando
las arcas de sus imperios, ya que por todos es sabido que la gran mayoría de
empresas cobran incentivos estatales por tener a personas con discapacidad en
su plantilla. Sea como fuere, lo importante es que el objetivo se consigue y
los discapacitados que antes se ahogaban en el aburrimiento y la apatía que les
producía su situación, ahora salen a la calle y demuestran su valía con pasión
y arrojo.
Pero vayamos al grano; ¿qué ocurre
cuando no existe un certificado de discapacidad que avale tu dolencia? ¿Qué
pasa con las personas que físicamente no son agraciadas? Concretando: ¿Por qué
las personas obesas lo tenemos tan difícil para encontrar trabajo? Ojo, no
confundamos la obesidad con el sobrepeso. La obesidad es una enfermedad crónica grave
cuya cura, en el 80% de los casos, se encuentra en un quirófano.
Aunque podría escribir este artículo
basándome únicamente en mis experiencias personales, no he querido quedarme
solo ahí. A través de foros y grupos de Facebook, he contactado con varias
personas obesas que, generosamente, me han contado sus experiencias personales.
Solo os pido que durante los minutos que tardéis en leer este artículo os
pongáis en la piel de cada uno de sus protagonistas y después me comentéis qué
sensaciones os ha generado.
Deciros que algunos nombres son
ficticios a fin de preservar la identidad del sujeto y que estas experiencias
son solo un ejemplo. He llegado a contactar con más de treinta personas cuyas
historias son similares. Vamos al lío.
Silvia, 29 años, licenciada en
turismo, en paro.
«Cuando terminé la carrera no
me fue nada difícil encontrar trabajo. La misma agencia de viajes en la que
hice las prácticas me contrató de forma indefinida desde el principio. Después
de seis años trabajando con ellos, en los cuales cogí más de cuarenta kilos
debido a un quiste en la glándula tiroidea, la empresa echa el cierre no sin
antes preocuparse de colocar a todos los trabajadores en varias filiales de la
misma marca. Solo tendríamos que pasar una pequeña entrevista con los nuevos
jefes y seguiríamos teniendo trabajo. Llegué a la entrevista nerviosa pero
confiada, mi currículum era brillante y mis anteriores jefes aportaron muy
buenas referencias. Me senté frente a esa mujer que me examinó de arriba abajo
según entré por la puerta y comenzamos. Tras las típicas preguntas de rigor que
respondí sin ningún problema me dijo: ¿Crees que físicamente eres la persona
adecuada para trabajar cara al público? Aunque la pregunta me hizo trizas y le
hubiese contestado de mala manera, respondí que tanto física como personalmente
estaba totalmente capacitada. Fui la única persona que no fue contratada.»
Julio, 33 años, informático, en paro.
«Tras decenas de entrevistas fallidas
conseguí entrar en una empresa de telefonía por recomendación de un familiar. Mes
de prueba con posterior contrato fin de obra. Cuando el primer día de trabajo
me dijeron cuál sería mi sitio, comprobé que la silla en la que debía sentarme
era demasiado pequeña. Aguanté un par de
horas sin rechistar pero supe que mis espalda no aguantaría mucho más en esa
incómoda posición (me senté en el filo de la silla pues los brazos del asiento
eran muy estrechos y no cabía). Con más vergüenza que otra cosa me dirigí a mi
superior y se lo comenté, no a modo de queja, simplemente le dije si me podían
facilitar otro asiento en el que poder trabajar algo más cómodo. Me dijo que lo
miraría pero terminó la jornada laboral y no obtuve respuesta. Al día siguiente
me estaban esperando a primera hora para darme el “no supera el periodo de
prueba”.»
Paqui, 36 años, camarera de pisos, en
paro.
«Nunca me ha faltado el trabajo. Desde
que cumplí 16 años comencé a trabajar en la limpieza de hoteles. Hasta que tuve
mi primer hijo. En el embarazo cogí 28 kilos que no he sido capaz de perder, al
revés, mi metabolismo cambió y desde entonces he subido mucho más de peso.
Cuando regresé de la baja por maternidad con todos esos kilos de más me
llamaron la atención. Incluso me ofrecieron tratamiento a través de la mutua
laboral pero no obtuve los resultados deseados. Siete meses después cumplió mi
contrato y no me renovaron. Cuando pedí explicaciones me dijeron que habían
tomado esa decisión al ver mi falta de compromiso con la empresa. Aunque la
realidad, obviamente, era otra.»
«Hice una entrevista para un conocido
supermercado. Todo pareció ir bien hasta que, vía correo electrónico me
pidieron mi talla para el uniforme. Les respondí con los datos que me solicitaba
y no volví a saber nada de ellos. Les escribí en varias ocasiones pero creo que
se los tragó la tierra.»
Resumiendo. Una persona obesa no puede
trabajar cara al público por aquello de la buena presencia. Tampoco en una
oficina cuyas sillas tengan reposabrazos o en una empresa que requiera llevar
uniforme si su talla supera la 48 o si el jefe considera que, aún pudiéndose
poner el uniforme como en el caso de Paqui, debe adelgazar para no enturbiar la
imagen de la empresa. ¿Qué trabajos quedan que no sean cara al público, en
oficinas o con uniforme? ¿Cambiaría la cosa si el Estado subvencionase a las
empresas por contratar a personas con un certificado de discapacidad por
obesidad?
Habrá quien al leer esto siga sin
comprender el problema. Hay mucho desinformado que considera que la obesidad es
una opción y no una enfermedad. Como persona que lleva 20 años siendo obesa he
escuchado de todo; desde que estoy gorda porque me harto de comer y no adelgazo
porque no me da la gana, hasta culpar a mis padres por no haberle puesto freno
en su día. Señores, la obesidad es una enfermedad, a ver si nos enteramos de una
vez. Igual que el diabético, el alérgico o el reumático, no puede dejar de
serlo cuando le dé la gana, el obeso tampoco.
He pasado por decenas de médicos,
probado multitud de tratamientos, dietas y rutinas. Pero soy obesa, enferma
crónica, y lo único que he conseguido es alargar mi enfermedad en el tiempo
hasta que un endocrino llegó a la determinación de que lo mío solo se resolvía
con cirugía. La obesidad, señores, no es una broma. Por culpa de la obesidad
incontrolada padezco hipotiroidismo, acantosis nigricans, hirsutismo, resistencia a lainsulina, síndrome de ovario poliquístico, ciática, lumbalgia, ansiedad ydepresión. Y no. A nosotros no nos dan una paga por enfermedad porque para la
sociedad y el Estado no somos enfermos. Simplemente estamos gordos. Y tenemos
que salir a la calle a buscar trabajo hasta las cejas de corticoides por el
dolor de espalda, hacer cientos de entrevistas sabiendo que cuando salgamos por
la puerta nuestro currículum estará en la basura, caminar como si no pasara
nada a sabiendas de los cuchicheos e insultos de la gente. A mí me llegaron a
grabar con el móvil en la piscina. Pero no me puedo quejar. Soy gorda porque
quiero y la solución está en mi mano. Prefiero pasar las 24h del día comiendo
antes de vivir y sentirme como una persona normal. A mí me encantan mis
dolencias y todos los males me compensan si se trata de hincharme a bollos.
¿Estamos locos? ¿De verdad creéis que me voy a someter a un bypass gástrico por
placer?
Me remonto al comienzo de este
artículo para alegrarme de los avances, las oportunidades y los logros de todas
aquellas personas cuya vida ha sido una carrera de obstáculos. Pero la vida de
la gente con obesidad no es mucho más fácil, y mientras se nos siga viendo como
meros gordos y se nos siga tratando como personas dejadas, vagas e
irresponsables, seguiremos viviendo en esta sociedad de mierda que nosotros
mismos hemos construido.