martes, 28 de marzo de 2017

Discriminación laboral por ser obeso

En los últimos tiempos podemos ver en todos los medios de comunicación cómo, gracias a talleres y cursos de formación, las personas con discapacidad tienen más fácil  (o quizá menos difícil) adentrarse en el ámbito laboral. Gracias a este tipo de iniciativas se está comprobando que ciertas discapacidades no son una barrera para desempeñar un amplio abanico de labores. Por ello es más común ver a una persona con Síndrome de Donw atendiendo en la cafetería o a otra ejerciendo trabajos administrativos desde su silla de ruedas. Tanto el Estado como las empresas se muestran activos en la causa, los unos intentando un lavado de imagen efectivo y los otros, llenando las arcas de sus imperios, ya que por todos es sabido que la gran mayoría de empresas cobran incentivos estatales por tener a personas con discapacidad en su plantilla. Sea como fuere, lo importante es que el objetivo se consigue y los discapacitados que antes se ahogaban en el aburrimiento y la apatía que les producía su situación, ahora salen a la calle y demuestran su valía con pasión y arrojo.
Pero vayamos al grano; ¿qué ocurre cuando no existe un certificado de discapacidad que avale tu dolencia? ¿Qué pasa con las personas que físicamente no son agraciadas? Concretando: ¿Por qué las personas obesas lo tenemos tan difícil para encontrar trabajo? Ojo, no confundamos la obesidad con el sobrepeso. La obesidad es una enfermedad crónica grave cuya cura, en el 80% de los casos, se encuentra en un quirófano.
Aunque podría escribir este artículo basándome únicamente en mis experiencias personales, no he querido quedarme solo ahí. A través de foros y grupos de Facebook, he contactado con varias personas obesas que, generosamente, me han contado sus experiencias personales. Solo os pido que durante los minutos que tardéis en leer este artículo os pongáis en la piel de cada uno de sus protagonistas y después me comentéis qué sensaciones os ha generado.
Deciros que algunos nombres son ficticios a fin de preservar la identidad del sujeto y que estas experiencias son solo un ejemplo. He llegado a contactar con más de treinta personas cuyas historias son similares. Vamos al lío.
Silvia, 29 años, licenciada en turismo, en paro.
«Cuando terminé la carrera no me fue nada difícil encontrar trabajo. La misma agencia de viajes en la que hice las prácticas me contrató de forma indefinida desde el principio. Después de seis años trabajando con ellos, en los cuales cogí más de cuarenta kilos debido a un quiste en la glándula tiroidea, la empresa echa el cierre no sin antes preocuparse de colocar a todos los trabajadores en varias filiales de la misma marca. Solo tendríamos que pasar una pequeña entrevista con los nuevos jefes y seguiríamos teniendo trabajo. Llegué a la entrevista nerviosa pero confiada, mi currículum era brillante y mis anteriores jefes aportaron muy buenas referencias. Me senté frente a esa mujer que me examinó de arriba abajo según entré por la puerta y comenzamos. Tras las típicas preguntas de rigor que respondí sin ningún problema me dijo: ¿Crees que físicamente eres la persona adecuada para trabajar cara al público? Aunque la pregunta me hizo trizas y le hubiese contestado de mala manera, respondí que tanto física como personalmente estaba totalmente capacitada. Fui la única persona que no fue contratada.»
Julio, 33 años, informático, en paro.
«Tras decenas de entrevistas fallidas conseguí entrar en una empresa de telefonía por recomendación de un familiar. Mes de prueba con posterior contrato fin de obra. Cuando el primer día de trabajo me dijeron cuál sería mi sitio, comprobé que la silla en la que debía sentarme era demasiado pequeña.  Aguanté un par de horas sin rechistar pero supe que mis espalda no aguantaría mucho más en esa incómoda posición (me senté en el filo de la silla pues los brazos del asiento eran muy estrechos y no cabía). Con más vergüenza que otra cosa me dirigí a mi superior y se lo comenté, no a modo de queja, simplemente le dije si me podían facilitar otro asiento en el que poder trabajar algo más cómodo. Me dijo que lo miraría pero terminó la jornada laboral y no obtuve respuesta. Al día siguiente me estaban esperando a primera hora para darme el “no supera el periodo de prueba”.»
Paqui, 36 años, camarera de pisos, en paro.
«Nunca me ha faltado el trabajo. Desde que cumplí 16 años comencé a trabajar en la limpieza de hoteles. Hasta que tuve mi primer hijo. En el embarazo cogí 28 kilos que no he sido capaz de perder, al revés, mi metabolismo cambió y desde entonces he subido mucho más de peso. Cuando regresé de la baja por maternidad con todos esos kilos de más me llamaron la atención. Incluso me ofrecieron tratamiento a través de la mutua laboral pero no obtuve los resultados deseados. Siete meses después cumplió mi contrato y no me renovaron. Cuando pedí explicaciones me dijeron que habían tomado esa decisión al ver mi falta de compromiso con la empresa. Aunque la realidad, obviamente, era otra.»
Ana Mª 25 años, busca trabajo.
«Hice una entrevista para un conocido supermercado. Todo pareció ir bien hasta que, vía correo electrónico me pidieron mi talla para el uniforme. Les respondí con los datos que me solicitaba y no volví a saber nada de ellos. Les escribí en varias ocasiones pero creo que se los tragó la tierra.»
Resumiendo. Una persona obesa no puede trabajar cara al público por aquello de la buena presencia. Tampoco en una oficina cuyas sillas tengan reposabrazos o en una empresa que requiera llevar uniforme si su talla supera la 48 o si el jefe considera que, aún pudiéndose poner el uniforme como en el caso de Paqui, debe adelgazar para no enturbiar la imagen de la empresa. ¿Qué trabajos quedan que no sean cara al público, en oficinas o con uniforme? ¿Cambiaría la cosa si el Estado subvencionase a las empresas por contratar a personas con un certificado de discapacidad por obesidad?
Habrá quien al leer esto siga sin comprender el problema. Hay mucho desinformado que considera que la obesidad es una opción y no una enfermedad. Como persona que lleva 20 años siendo obesa he escuchado de todo; desde que estoy gorda porque me harto de comer y no adelgazo porque no me da la gana, hasta culpar a mis padres por no haberle puesto freno en su día. Señores, la obesidad es una enfermedad, a ver si nos enteramos de una vez. Igual que el diabético, el alérgico o el reumático, no puede dejar de serlo cuando le dé la gana, el obeso tampoco.
He pasado por decenas de médicos, probado multitud de tratamientos, dietas y rutinas. Pero soy obesa, enferma crónica, y lo único que he conseguido es alargar mi enfermedad en el tiempo hasta que un endocrino llegó a la determinación de que lo mío solo se resolvía con cirugía. La obesidad, señores, no es una broma. Por culpa de la obesidad incontrolada padezco hipotiroidismo, acantosis nigricans, hirsutismo, resistencia a lainsulina, síndrome de ovario poliquístico, ciática, lumbalgia, ansiedad ydepresión. Y no. A nosotros no nos dan una paga por enfermedad porque para la sociedad y el Estado no somos enfermos. Simplemente estamos gordos. Y tenemos que salir a la calle a buscar trabajo hasta las cejas de corticoides por el dolor de espalda, hacer cientos de entrevistas sabiendo que cuando salgamos por la puerta nuestro currículum estará en la basura, caminar como si no pasara nada a sabiendas de los cuchicheos e insultos de la gente. A mí me llegaron a grabar con el móvil en la piscina. Pero no me puedo quejar. Soy gorda porque quiero y la solución está en mi mano. Prefiero pasar las 24h del día comiendo antes de vivir y sentirme como una persona normal. A mí me encantan mis dolencias y todos los males me compensan si se trata de hincharme a bollos. ¿Estamos locos? ¿De verdad creéis que me voy a someter a un bypass gástrico por placer?

Me remonto al comienzo de este artículo para alegrarme de los avances, las oportunidades y los logros de todas aquellas personas cuya vida ha sido una carrera de obstáculos. Pero la vida de la gente con obesidad no es mucho más fácil, y mientras se nos siga viendo como meros gordos y se nos siga tratando como personas dejadas, vagas e irresponsables, seguiremos viviendo en esta sociedad de mierda que nosotros mismos hemos construido.

lunes, 6 de febrero de 2017

Pan de limón con semillas de amapola, de Cristina Campos

                           SINOPSIS

Durante el invierno de 2010, en un pequeño pueblo del interior de Mallorca, Anna y Marina, dos hermanas que fueron separadas en su juventud, se reencuentran para vender una panadería que han heredado de una misteriosa mujer a la que creen no conocer.
Son dos mujeres con vidas muy diferentes. Anna apenas ha salido de la isla y sigue casada con un hombre al que ya no ama. Marina viaja por el mundo trabajando como cooperante de una ONG.
Mientras intentan desentrañar el secreto que encierra su herencia, tendrán que hacer frente a los viejos conflictos familiares, a la vez que intentan recuperar los años perdidos.
Esta novela es una historia sobre la amistad femenina, sobre secretos guardados y recetas de pan olvidadas. Pero, sobre todo, es la historia de unas mujeres que aprenden a decidir, con libertad, sobre su futuro.

OPINIÓN PERSONAL

Hacía muchísimos meses que no escribía una reseña. Siempre me he justificado con la falta de tiempo, pero otro de los factores que me frenaba a ello era la calidad literaria de las novelas que he leído en los últimos tiempos. ¿Para qué reseñar una novela que dentro de unos meses, quizá semanas, apenas vas a recordar? Me he zampao cada ladrillo…
Pues bien, por fin ha llegado a mis manos un libro que ha despertado mi necesidad de contarle al mundo lo que me ha hecho sentir, y esa novela es Pan de limón con semillas de amapola. Un libro que cayó en mis manos por casualidad, que me encontró a mí y no yo a él, una lectura que se tornaba necesaria para saciar mis ansias leyentes, esas que hace tiempo dejaron de vibrar con el pasar de las páginas. Os cuento el porqué.
Como habréis leído en la sinopsis, no estamos frente a una novela de escritura enrevesada, de esas que exigen concentración en la lectura y tras la cual se esconde una trama trepidante. Me atrevo a decir que es todo lo contrario; una novela ligera, sencilla y fácil de leer, y aunque parezca increíble viniendo de mí, esto, entre otras cosas que os cuento a continuación, es lo que me ha enamorado de ella.
Los personajes, del primero al último, son tan necesarios como creíbles. Se nota que la autora es directora de casting, pues no podía haber encontrado mejor elenco para esta maravillosa obra. No sé si os ha pasado alguna vez eso de encontraros con personajes que os cuentan más allá de lo que el autor ha redactado sobre ellos. De los que se salen del papel que les ha sido adjudicado y te cuenta a su manera, a corazón abierto, las vivencias y los sentimientos que les toca transmitir en ese momento. Cuando existe esa sintonía entre ellos y el lector es algo mágico, algo que se escapa del campo narrativo y cuyas consecuencias, ni siquiera el propio autor, puede controlar. Pues sí, esta novela es de esas, de las que caminas de la mano con los personajes, te sientes parte de sus vidas y sufres al no poder hacer nada cuando las cosas se tuercen. Quizá esta sensación la cause el hecho de que todos hemos conocido, incluso me atrevo a decir querido, a gente como la que se describe en estas páginas, personas con inquietudes, miedos, inseguridades, sueños por cumplir, arrepentimientos… ¡Cuánto echaré de menos la compañía que me han hecho durante estos últimos días!
Siempre he dicho que mi olor favorito es el olor a libro. Estoy convencida que es un aroma que a vosotros también os gusta, ¿verdad? Pues imaginad que al abrir el libro comienza a oler a pan recién hecho, pan casero, ese olor que eriza el vello y alimenta el alma. En ocasiones, esa fragancia se transforma en brisa marinera, en arena de playa, en salitre… ¿Mola, eh?
Otra de las cosas que no puedo dejar de aplaudir es la manera que la autora tiene de narrar sensaciones. En ocasiones he tenido que frenar la lectura para tomar aire… Es tan difícil plasmar en el papel esos sentimientos que a veces no somos capaces ni de explicar con palabras… Otras veces me he sentido estar invadiendo la intimidad de los personajes, algo así como cuando entras en una habitación sin llamar y se crea una situación incómoda al darte de bruces con algo con lo que no esperabas encontrarte, y todo esto solo se consigue con un estilo narrativo brillante y mucho, mucho amor por lo que haces. Justo lo que tiene Cristina Campos.
Como es habitual en mí, no desvelaré nada de la trama, es algo que tendréis que descubrir vosotros cuando leáis la novela, lo que sí diré es que no esperéis sorpresas, simplemente dejaros llevar por la lectura y no emitáis un juicio hasta que no lleguéis a la última página. Veréis como el vuestro no distará mucho de todo lo que os he contado.

SOBRE LA AUTORA

Cristina Campos nace en Barcelona en 1975. Es licenciada en Humanidades por la Universidad autónoma de Barcelona. Acaba sus estudios en la universidad alemana de Heidelberg, donde también trabaja como coordinadora del Festival Internacional de Cine de dicha ciudad. Tras regresar a su país natal comienza su carrera laboral en el sector cinematográfico. Desde hace diez años se dedica a la dirección de casting de largometrajes y series de televisión. Actualmente compagina su trabajo en el sector audiovisual con su pasión por la escritura. Pan de limón con semillas de amapola es su primera novela.

CONCLUSIÓN FINAL

En resumen, Pan de limón con semillas de amapola es esa novela que, a todas luces, me hubiera gustado escribir. Creo que con eso, lo digo todo.


jueves, 28 de abril de 2016

#1 Entrevista a Barbara L. Shackleton, protagonista de La novelista fingida, de Rafael R. Costa

Me encuentro en el Korsakoff apurando los últimos tragos de mi refresco mientras observo que un grupo de mujeres me miran y cuchichean entre ellas. Creo que mi indumentaria no debe ser la apropiada, o quizá estén destripándome por estar sola en un bar. Mi cita se retrasa. Intuyo que quiere hacerse la interesante, pues sabe de mis ansias por entrevistarme con ella y la admiración que le profeso. Fuera hace frío. Es por ello que el vaho de la cristalera me impide ver si se aproxima por alguna de las calles aledañas. Los minutos pasan y la espera se me hace eterna. Además, los cuchicheos comienzan a angustiarme. Justo cuando doy el último trago a mi copa con intención de abandonar presta ese ostentoso lugar, el tintineo de la puerta me obliga de forma involuntaria a girar la cabeza con el deseo de reconocerla. Y ahí está. Viene con un abrigo de piel negro y un sombrero encajado hasta las cejas. Antes de siquiera cruzar  saludos, el camarero se acerca para ayudarle a quitarse el abrigo y retirarle la silla. Diría que es un gesto muy cortés si a mí no me hubiese ignorado cuando llegué hasta el punto de tener que acercarme yo misma a la barra para pedir mi consumición. Siempre hubo clases, pensé. Se sienta frente a mí y, tras encenderse un pitillo y pedir al sirviente un Vodka ucraniano, la gran Barbara L. Shackleton se lanza:

B: Aquí me tienes, querida. Dispara.

C: Buenas tardes Señorita Shackleton, espero no haberla importunado con mi insistencia, pero como sabe, somos muchos los lectores que tras conocer su historia nos quedamos con ganas de saber más de usted. Entiendo que al aceptar la propuesta, consciente que le haga una serie de preguntas que quizá no sean del todo de su agrado. De sobra sabe que me inquieta. Intuyo que detrás de Barbara L. Shackleton, mucho más allá de Rita Amber, existe una niña capaz de justificar (o no) su comportamiento. Hábleme de su infancia; familia, amigos, etapa escolar…

B: Querida mía... deberás disculparme porque no conozco a ninguna señora Amber... Hablas de justificar mi comportamiento cuando es la vida la que debiera justificarse.  Hay personas que se adaptan al mundo: son la mayoría, y lo hacen para sobrevivir; otras, adaptan el mundo a sus necesidades... y lo hacen para transformarlo. ¿Hay mayor justificación que la de mover adecuadamente las fichas en el tablero? En cuanto a mi infancia no encuentro nada sobresaliente en ella, fui como cualquier chica de Chicago, cuyo padre era arquitecto y su madre redactora de una revista de modas...  la dejan huérfana con diez años. ¡Un accidente de tráfico, querida!  Estudié en los mejores colegios de Illinois y mis primeros escritos se publicaron en los periódicos de secundaria. ¡Mi profesora insistía en que debía publicarlos!
Conté con los amigos necesarios en cada etapa. Verás... querida, los auténticos amigos son escalones... una vez que has conseguido subirlos, cambias de amigos que te aporten nuevos escalones. Es fácil. Y muy necesario. Aunque no me avergüenza decir que era muy popular y respetada.

C: ¿Recuerda a su primer amor? ¿Cuándo y qué sucedió?

B:  Jajaja... No... Me resultaría imposible porque... bueno, de mí se enamoraban en grupos, llegué a corresponder a tres chicos distintos y a los tres les decía que eran el único. Eran un poco bobos, pero ellos me dieron los primeros besos y con ellos me fumé el primer cigarrillo.
Se muestra distante. Me hace sentir inferior solo con su mirada. Pido un nuevo refresco para aclarar mi garganta y tragarme el nerviosismo. Continúo:

C: ¿Quién es la persona a la que más ha odiado y por qué?

B: Odio a poca gente... El odio es un sentimiento, prefiero que me resulten indiferentes. Pero si algo odio, o a alguien... ¡sí!, a esos escritores que se creen con pluma de oro y en realidad usan un palito untado con yesón de paloma. ¿Quieres un ejemplo? Stephan Wells...

C: ¿ Y a la que más ha amado?

B: ¿A la que más he amado? Me ocurre igual que con el odio... prefiero la indiferencia, pero reconozco que tuve una buena amiga... quien me presentó a una fantasma que se cortaba el pelo como un muchacho, llamada... Ya no lo recuerdo, querida; deberías leerte mis novelas. 

Se hace un silencio. Claro que sé de quién habla, pero no insistiré. Tras estas confidencias se muestras intranquila, actitud que me hace verla mucho más vulnerable. Prende otro pitillo que encasqueta en su larga boquilla y con un gesto pide al camarero que rellene su copa. No sé si será bueno seguir en esta línea sentimental. Trato de cambiar de tercio para que no se sienta violenta.

C: En los momentos previos a vencerte al sueño, ¿cuáles suelen ser sus últimos pensamientos?

B: Siempre escucho una botella de champán al descorcharse. Y música, relajante, una canción de Peg La Centra... Bailo... en un gran salón, todos me miran, doy vueltas, hay luces y luego me duermo.

C: ¿Recuerda lo que sueña? Y de ser así, ¿cuáles son sus sueños más recurrentes?

B: No suelo prestar atención a los sueños. Estoy muy ocupada, querida. Si acaso caballos blanquinegros...  Sí, cabalgando en un caballo blanquinegro por la orilla del mar... Y a veces con montañas de mi próxima novela, montañas grandes como las pirámides... Bueno, una vez soñé que era la protagonista de una ópera... Pero, en definitiva, los sueños no son importantes. Cuando me miro al espejo sé que esa no soy yo, sólo es un reflejo. Yo soy quien se mira al espejo, no la imagen reflejada. ¿Puedes pedirme otro vodka, por favor? Pues ocurre igual, yo soy la que despierta, la que sueña, no lo soñado.

Me apresuro a pedir su consumición, haré lo que me pida mientras siga respondiendo a mis preguntas. El momento que estoy viviendo es impagable.

C: Señorita Shackleton, descríbame cómo es para usted la vida perfecta y el mundo ideal.

B: Conservar la belleza, el talento y mi mansión cerca del mar. El mundo ideal es una masa de lectores ansiosos por leer mi próxima novela, pero alejados de la entrada de mi casa. Escribo para ellos, pero no los quiero aquí. Son vulgares. Si fueran interesantes serían escritores, ¿no? Pero son simples lectores, ese sería el mundo ideal.

Creo que se muestra molesta por no haber entrado aún en temas literarios. Ella es la gran Barbara L. Shackleton, y una simple lectora, lejos de dorarle la píldora y alabar su trabajo, se está metiendo en temas personales. Vuelvo a cambiar de tema radicalmente.

C: Aparte de la gran novela que todos conocemos, ¿de qué historia ya escrita le hubiera gustado ser autora?

B: De las Mil y Una Noches... Aunque yo hubiese ampliado un millar de noches más, y Scherezade habría sido decapitada finalmente.

C: ¿Qué hubiera hecho para conseguirlo?

B: Supongo que engatusar al Califa. Es muy sencillo. Los califas no suelen tener talento.

C: ¿Cree que es suficientemente buena para conseguir el éxito por tus propios medios?

B: No sé qué pretendes decirme, querida. ¿Vender varios millones de libros no te parece suficiente? ¿Mis propios medios, dices? Jajaja... ¿Acaso piensas que tengo una varita mágica? Los lectores me quieren, me adoran. Dame cualquier panfleto, por malo y ridículo que resulte... si yo lo firmo ellos lo comprarán. Quieren ver mi nombre: Barbara Shackleton... Prefieren el envoltorio al bombón. ¿Seguro que eres periodista?

Me disculpo por si se ha sentido ofendida. Me agarro a la excusa de estar haciendo mi trabajo. Asiente con desgana y, con un gesto de cabeza, me invita a que continúe:

C: ¿Sobre qué personaje, influyente o no, le gustaría escribir?

B: Supongo que escribir la vida secreta del Presidente de los Estados Unidos...

C: ¿Se arrepiente de algo?

B: ¿Por qué habría de arrepentirme?

Aunque podría indagar mucho más, creo que esa respuesta lo dice todo. No finge ser fría, lo es. Continúo como si tal cosa. Aunque podría estar horas impregnándome de su misterio, lo mejor será acabar la entrevista cuanto antes.

C: Literariamente hablando, ¿cómo sería el asesinato perfecto?

B: Convencer a tu enemigo para que se quite la vida.

C: ¿Y la muerte perfecta?

B: La muerte perfecta es no morir y permanecer hermosa. Esa es una duradera, muy duradera, manera de morir, ¿no crees, preciosa? ¿Tú escribes novelas? ¿No? Tal vez deberías intentarlo.

Alimento su ego haciéndole saber que a su lado no soy nadie. A partir de aquí la conversación se torna intrascendente. Se toma el tercer vodka. Enciende su cigarrillo encasquetado en su larga boquilla y me suelta el humo a la cara. Ahora es ella quien me pregunta, añadiendo de nuevo seriedad a la charla:

B:¿Seguro que no escribes novelas? Deberías intentarlo. Necesito una chica, una secretaria que no sea perezosa. Dime cuánto ganas haciendo estas entrevistas y yo te pagaré el doble. Ya sabes dónde resido. 

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Muchísimas gracias, Rafael, por acceder a participar en otra de mis tantas locuras.