martes, 8 de marzo de 2016

No entre nosotras

Terminó de subir la escalera y sintió que no le llegaba el aire a los pulmones. El miedo atroz que le provocaban los ascensores se había convertido en el mejor de sus ejercicios, aunque en esta ocasión los tacones no se lo pusieron fácil.
            Llegó pronto intencionadamente, pretendía preparar un guión para no quedarse en blanco cuando tuviera delante a su jefa. Era la cuarta vez que optaba a promocionar en su trabajo y no podía permitirse volver a perder la oportunidad; ser la reportera multiusos de la agencia, sin horarios ni voluntad propia, dejó de tener gracia hacía mucho tiempo.
            Comenzó a dibujar en su mente la estampa con la que estaba a punto de encontrarse; su jefa la estará esperando sentada en el sofá del despacho, con un pitillo entre los dedos y la mirada fija en la puerta. No la invitará a sentarse, ni siquiera saludará, simplemente la observará en silencio, con gesto apático y escuchará con desgana el relato de su empleada, hasta que sienta que ya ha tenido bastante y la emplace a regresar el año que viene cuando esté más preparada.
            Laura estaba nerviosa, no por la reunión, sino por volver a enfrentarse cara a cara con esa mujer tan fría. El único contacto que doña Olvido tenía con sus empleados era ese; entrevistarse con las personas propuestas por el departamento de recursos humanos para el ascenso y decidir en el acto si les era concedido o no, basándose en las impresiones del momento, sin revisar el currículum o entrevistar a la persona. Según ella, su intuición era el motor del éxito de la empresa.
—Buenos días, doña Olvido, soy Laura Ribas, periodista del departamento de sucesos.
El gesto de su dirigente, alzando levemente las cejas y ladeando la cabeza, le indicó que el saludo no iba a ser correspondido.
—Bien… Este es el cuarto año consecutivo que me reúno con usted para la promoción de departamentos. Considero que tras varios años preparándome para el puesto, he alcanzado los conocimientos y la experiencia necesarios para desempeñar labores de más envergadura y responsablilidad. Ya sabe, doña Olvido, que mi trabajo me apasiona, y un ascenso sería una motivación tan grande para mí… Además, si me permite, —dijo sacándose un papel doblado del bolsillo de su chaqueta— traigo un desglose de mi actividad laboral en el último año, tanto individual como en equipo, en la que se demuestra que ha sido el periodo más productivo del departamento desde que me encargo de ello, y…
Doña Olvido, quien parecía completamente ausente, interrumpió con un carraspeo.
—Querida… ¿en serio van a ser esos tus argumentos? ¿Un papelucho con cuatro notas? Vamos a ser claras, no tengo mucho tiempo y este asunto debe quedar zanjado hoy mismo. Mírate.
            —¿Qué debo mirar? —preguntó Laura con cara de asombro.
            —A ti. No debes medir más de un metro sesenta, tienes los kilos mal repartidos y voz de pito. Jamás podrías mirar a un directivo a los ojos ni pelear con los tiburones que inundan el mercado. A mí no me interesa tu pasado laboral, mientras cumplas con los objetivos marcados, eres un número más en mi plantilla, cuando dejes de hacerlo serás uno menos. Pero ahora hablamos de cosas serias. Lo que se está ofertando es un puesto de responsabilidad en el que tu mayor arma tendría que ser tu presencia. Querida, verte entrar por la puerta me inspira muchas sensaciones, pero ninguna de ellas es agradable.
            —Doña Olvido, perdone que le diga, pero no creo que mi aspecto sea relevante —dijo intentando que su voz de pito no lo pareciera tanto.
            —¿No? Mira, te voy a ser clara. Dices que este es el cuarto año que optas a la promoción, ¿verdad? Bien… —hizo un silencio que aprovechó para levantase y caminar con parsimonia hacia su empleada—. ¿Conoces a las personas que acabaron promocionando años atrás? —Laura, algo intimidada por la cercana presencia de su jefa asintió con la cabeza—. ¿Qué tienen todos en común? Yo te respondo; son hombres imponentes con una excelente percha. Intimidantes, autoritarios y capaces de comerse de un solo bocado a veinte mujeres como tú. En serio, querida, no creo que estés tan mal en tu actual puesto de trabajo. Según están las cosas deberías estar agradecida por tener un empleo.
Imagen extraída del corto, Una mujer frente al espejo, de Yoshimichi Tamura
            —Entiendo. —Laura notó cómo comenzaba a arder su cuello a la vez que sus puños se cerraban con fuerza. —Creo que debo marcharme, pero esta vez no me quedaré con ganas de decirle algo. Como ya sabe, trabajo en el departamento de sucesos. Cubro informaciones de todo tipo; desde accidentes de tráfico hasta reyertas, peleas callejeras y asesinatos. He estado en todas las ciudades en las que, en lo que va de año, nueve mujeres han perdido la vida a manos de hombres autoritarios y sin escrúpulos, de esos que le gustan a usted. He tenido la serenidad y la sangre fría de cubrir esos sucesos, aunque la rabia me estuviera comiendo por dentro, para realizar un trabajo impecable que deje en buen lugar a la agencia que usted, mujer, representa. Y no lo haré más. Sé que no le será difícil encontrar a alguien que ocupe mi puesto. No me marcho porque quiera vengarme o como consecuencia de una rabieta, me voy porque me apiado de usted, me da mucha pena. Hasta que las mujeres no nos respetemos y valoremos entre nosotras, no conseguiremos erradicar esta lacra machista que nos rodea, tanto en la calle como en despachos como este. Aunque claro, quizá a usted no le interese que acabemos con esta mierda, pues es lo que llena de contenidos su asqueroso departamento de sucesos.


            Cerró la puerta del despacho tras de sí con un sonoro golpe, se quitó esos tacones tan incómodos que tanto la feminizaban y corrió hacia el ascensor que estaba a punto de cerrarse. Entró en el cubículo, se miró al espejo y sonrió al ver la fuerza que desprendía su mirada. Después de lo que acababa de suceder, su miedo a los ascensores era una anécdota. Supo que a partir de ese momento se atrevería con todo y contra todos.

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